31.12.02

El amigo del aire

A veces me siento sola. Estaba en el pequeño jardín de mi casa, un poco apesadumbrada, cuando de pronto apareció el colibrí. Recorrió todo el espacio, visitó el hibisco, luego el jazmín, descansó un momento y de golpe se colocó enfrente de mi cara, agitando sus alas, me miró fijamente a los ojos, como sí esa criatura hubiera percibido la pena de mi corazón. No puedo explicar la emoción que sentí, mis ojos se llenaron de lágrimas. Ahí me di cuenta que nunca voy a estar sola, que siempre hay un amigo esperando para encontrarnos, como mi amigo del aire.

Lidia Beatriz Cabrera
Cuento

Conozco una habitación con un balcón y una niña. De día la casa duerme, de noche sale a respirar la noche, se abre el balcón y vuelan las cortinas.
Una niña blanca de luna sale descalza, en camisón, a soplar un beso que asciende, desciende y caracolea. A su paso, todas las lunas se encienden, todas las manos perdidas rozan con otra mano los nudillos (se oyen leves susurros de palabras escondidas). Conozco una ventana enrejada donde crecen flores en silencio, donde un niño pálido y transparente toma al beso en el hueco de sus manos y (por fin) respira.

Celia Marí

28.12.02

Un par de errores

El profesor de Formación del Espíritu Nacional presidía el jurado de postales navideñas y convirtió el concurso en obligatorio.
Yo intenté un dibujo a plumilla y tinta china. Casi había acabado cuando una gota minúscula aterrizó sobre la cabeza de san José, desparramándose con escándalo. No tenía tiempo ni ganas para comenzar de nuevo; esperé a que secara y presenté el trabajo tal cual.
Al entregarme el primer premio, el tipo destacó entusiasmado “esa estrella solitaria, metáfora perfecta del advenimiento del hombre nuevo”. Todavía en ocasiones me lo cruzo por la calle. Tiene una salud de hierro, el muy imbécil.

Manuel González Seoane
Cielo e infierno

Apenas había muerto, me encontraba subiendo unas escaleras de extensión incalculable. A lo mejor iba a tener una cita con San Pedro, así que el esfuerzo no me resultaba cansador. Tras cumplir la caminata, me presenté ante el santo, quien me hizo unas pocas preguntas a boca de jarro y concluyó que allí no era mi lugar. ¡Vete!
Debería haberme rebelado, pero, en efecto, qué tenía de provechoso para probar las buenas obras que me darían el codiciado pasaporte de acceso al otro jardín.
Penoso me fue volver y ahora ya no creo en la engañosa ley de la gravedad.

Billy Parakaló

23.12.02

Asesino a sueldo

Apreté su cuello y su mirada se quedo fija y cristalizada. No ofreció mucha lucha. Debo admitir que verle morir, no dejo de erizarme la piel. Cuando dejo de respirar, parecía tan desvalido.

Pobre infeliz. Ahora debía ser cuidadoso de no ensuciarme. Traje un cuchillo afilado para terminar mi labor. Y aunque al principio fue un poco difícil, se que si yo no lo hubiera hecho, alguien hubiese estado obligado a hacerlo. No acostumbro a que nadie haga lo que yo debo hacer. No tenía alternativa. Ya había recibido el pago adelantado. Me consuela creer que ese pato estará delicioso.

Rossana Gutiérrez
Fuente de Inspiración

Estaba pensando como lograr escribir una buena historia. Cuando estoy triste me da por escribir cosas muy buenas. Que haré entonces para estar muy triste. Pensaré que duermo diariamente con el ser que no amo. Que el vecino es más inteligente que yo. Trabajo con personas que no conocen mi idioma. Que olvidé dar de comer al gato anoche. Que mis acreedores ya son muchos. Mi jefe nunca reconoce mis meritos. No, esas cosas son imposibles de vivir. Mejor voy simplemente a caminar y emborracharme de ideas que niegan a llegar cuando no estoy alegre. Mejor no escribo el libro.

Rossana Gutiérrez
Me haces falta ya.

Turbada estoy. Confusa. Temerosa. Tu dijiste que no me harías falta y la primera noche ya no se que hacer sin ti. Si me lo hago yo misma, no será igual. Es maravilloso cuando tú me lo haces. Pero necesito hacerlo aunque ya no estés conmigo. Que se me puede ocurrir en este momento aciago. Debo ser creativa para darme por satisfecha al haber terminado. Colocaré una almohada en mi espalda para pensar mejor. Creo que se lo que haré. Conseguiré un espejo algo grande, me vestiré con ropa cómoda, lavaré mis manos. Si así lograré finalmente trenzarme los cabellos.

Rossana Gutiérrez
Regresando a casa.

Diré que trabaje hasta tarde. Buena excusa.
Viendo mi pantalón he descubierto que estoy totalmente mojado.
Como el traje es oscuro se nota fácilmente.
Tenia que haber sido discreto. No se que haré. Fácil será llegar y hacer como que si nada ha pasado. Pero que diré si ella comienza a hacer preguntas que no pueda contestar. No se lo que pasará si se da cuenta. Estará enojada, espero convencerla. Pensara que soy un insensato. Bueno, quizás no hay problema, la próxima vez ser mas cuidadoso y no olvidar en invierno llevar un paraguas para protegerme y no llegar mojado.

Rossana Gutiérrez
Al fin solos

Llego hasta donde esta y lo acaricio. Cuanta felicidad me da siempre. Lo dejo solo brevemente para realizar tareas pequeñas, como tomar café. Cuantas caricias sin necesidad de verlo. Hace que me duela la mano, pero, todo lo que hago con el me da felicidad. Y le digo que haga algo y el ciegamente obedece. Creo que un día le pediré a mi jefe que me lo deje llevar a casa por las noches. Que me deje que acompañe mis fines de semana.
Eso es. Al fin encontré como no estar solo, aunque solo sea el ratón de mi computadora.

Rossana Gutiérrez
Dulces Sentimientos

Comencé mi romance diciéndole bonita. Cada vez que hacia algo malo, le llamaba preciosa. Cuando le daban ganas de vociferar, la calmaba llamándola encantadora. No era considerada, no quería colaborar con nada, era un estorbo, y entonces con voz dulce le llamaba, hermosa. Cuando le daba por hacer rabietas impertinentes, empezaba a acariciarle el cabello y decirle linda. Gritaba por todo. Quería romper todo, le llamaba mi cielo, tesoro. Y así continué. Hasta que un día, ya cansada de amarla tanto y que me hacia mas insoportable, le pedí que era hora que se marchara. Era imposible convivir conmigo misma.

Rossana Gutiérrez
No se fijó
Pasó la calle sin importarle el tráfico. Todos dirán el se lo busco. El conductor corría a prisa. No pudo verlo. Se manchó de sangre el pavimento.
Llegaron diez curiosos que se marcharon al rato al comprobar que no era nadie conocido.
Un cristiano dijo que ese no era espectáculo de admirar. Una viejita lanzo una triste sonrisa. Un niño se cubrió su carita. Unas moscas no quisieron acercarse. Y allí en sus ojos todavía se lograba asomar una lágrima. Tantas y tantas veces que le dije ten cuidado. No se si me hará falta ese mi pobre pulgoso perro.

Rossana Gutiérrez

20.12.02

Cállate

Esta tos que se ha convertido en compañera inseparable. Y cuando comienzo a olvidarme de ella, me lo recuerda de inmediato. No he dormido por varios días. Me miro al espejo y no me gusta lo que veo. Esas ojeras cada vez se hacen mas profundas. Es tarde ya. Mi reloj se detuvo así que no se que hora es. El cielo allá afuera esta oscuro. Suena el teléfono. El doctor me recomendó no contestarlo nunca. Esas voces me atormentan todos los días. Es mi pasado que insiste en convertirse en hoy y ahora. Me cubriré y no me verá.

Rossana Gutiérrez
Sin contar ovejas

El sueño no llega. Mi profesor de psicología decía que una técnica efectiva era pensar en un punto y al pensar y pensar, de pronto tu mente en blanco, conseguiría dormirse. El punto no funciona. Entonces pensé en contar palabras en lugar de ovejas. Y si escribiese cien cuentos de cien palabras cada uno. Mi abuela decía que yo parecía cotorra cuando comenzaba a hablar. Pero cien cuentos con cien palabras cada uno, equivalen a 10,000 palabras. Y si un lugar de 100 escribiera 1000, entonces serían 100,000 palabras. Pero si escribiera 10,000, entonces sería millonaria. Y si escribiera 10,000.

Rossana Gutiérrez
Compañera

Sentí pasos sigilosos detrás mío. Le dije que se fuera. Que no quería saber nada de ella. Y me sigue por todas partes como si fuese mi sombra. Debo convencerla que acompañe a otros. Tonta y estúpida. Porque insiste en venir conmigo si yo no quiero que estés a mi lado. Prefiero otra compañera que haga ruido, que no se bañe, que eructe, en lugar de lo que es ella. No, no insistas. No, no te quiero por compañera. Cállate, finamente ella se ha ido: es simplemente mi soledad amarga la que me sigue por donde quiera que yo vaya.

Rossana Gutiérrez

19.12.02

Cada cual que atienda su juego

En la antesala, tras el vidrio esmerilado de una ventanilla, espero a un funcionario de esos que, por las dudas, demora en atender. Veo sombras muy difusas que se mueven del otro lado y para entretenerme comienzo un juego de adivinación inocente pero sin duda eficaz. La imagen de Borges, el viejo Jorge Luis, me abre la puerta y me invita a pasar.
- Yo jugaba su mismo juego -me advierte sin volver a mirarme.
- ¿Y?
- Estaba muy preocupado por la belleza entonces, trataba de adivinar... o de inventarla.
- ¿Y ahora?
- Ahora veo la belleza nada más... pero añoro las sombras.

Magda Massacese

18.12.02

Ramera

El me dijo que yo era ramera. y como soy un poco tonta fui a buscarlo al diccionario, porque creo que no se refería a que me andaba por las ramas. Encontré el significado del vocablo y leo que se trata de una Mujer que, por oficio, mantiene relaciones sexuales con hombres a cambio de dinero o intereses materiales. Creo que algo anda mal. yo no lo hice por dinero, ni por interés material. Si algo esta mal, así las cosas, mejor, ire a preguntarle. Es mejor que me diga lo que soy, porque esa palabra me ha dejado confundida.

Rossana Gutierrez
Hambre

No es posible que hoy viví una desventura. Toqué la puerta para que me regalaran un pedazo de pan y el chico gordo que abrió dice que pase el día próximo que hoy no hay. Y que tal si ese dia ya no tengo hambre. Está loco. Yo necesito esa pan
hoy y ahora. Que se ha creido este tonto. Si es que existe cada persona inconciente. Quizá mejor toque de nuevo, quiza no
me ha entendido. A lo mejor me de uno de los dos panes que tenia en sus manos. Quizá no hable el mismo idioma que yo.

Rossana Gutierrez
Espejo

Con gafas o sin ellas puedo ver claramente que ese espejo tiene cosas que no he visto antes. Estoy sola. Tengo frio. Mi piel está blanquecina. Algo parecido a la muerta que vi ayer. La muy mensa no se dio una capa de maquillaje antes de cortarse las venas. Mi cabellera desordenada. Me toco el estomago y hace ruido. Tengo hambre. Me quedé dormida en el parque. Y me he dado cuenta que olvidé ponerme unas hojas, porque ahora estoy desnuda, loca o ciega. Que tonta he sido. Solo era el reflejo de una chica del calendario de la barberia.

Rossana Gutierrez
De paso

Tómela. Sea cuidadosa. Estoy preocupado: es la primera vez. Sí se lo permitiré sólo un momento. No lo haga muy fuerte. Si voy a pensar en otra cosa. Esta bien, no me pondré nervioso. Si eso le hará bien a otros. Eso es vida para otros. No se cobra por ello. Nadie obliga. Esta bien, es bueno que usted tenga una buena familia y que se quieran. No me pregunte por los míos. Estoy de paso. Solo por un momento. Si puedo regresaré el mes que viene. Se que no ganaré intereses. No tendré ahorros en este banco de sangre.

Rossana Gutierrez

16.12.02

Una triste historia

Os quiero contar la triste historia de esta pobre criatura:
No conoció a sus padres biológicos, ni quién esparció la semilla que le dio la vida; creció asilvestrado en aquel símil de hospicio donde vivió lo mejor de su desdichada vida con otras criaturas como él. Lo separaron de sus amigos y lo mutilaron mortalmente porque debía tener prohibido un resquicio de felicidad.
Ahora vivirá en mi casa. No puedo salvarle la vida, sólo mitigar su sufrimiento hasta el fin de sus días, eso sí, sin la ignominia de llevar colgadas bolas plateadas, cintas, paquetitos dorados ni estrellas de oriente.

Andrés Calvo
El soñador

Hay gente que no sueña nunca cuando duerme, o casi nunca, a mi me pasa todo lo contrario: siempre sueño. Pero nunca recuerdo los sueños que tengo. Me acuesto por las noches y en sueños hago mis aventuras, como todo el mundo.
Dicen que si mueres en un sueño mueres de verdad, es mentira, yo lo sé, porque he muerto muchas veces y de las maneras más violentas, siempre violentas: me han clavado cuchillos, he caido desde precipicios, me han disparado, me he ahogado en un lago, me han atropellado, quemado, ahorcado... eso sí, nunca he muerto en la cama.

Serxio Rodríguez Vila

12.12.02

De mayor

Recuerdo esa rabia húmeda, de niño. Cada vez que tenía un disgusto me decía que, de mayor, inventaría una máquina del tiempo para poder volver atrás, prevenirme con antelación, y evitarlo, y me juraba a mí mismo esa lealtad futura.

Ahora ya no me queda demasiado tiempo para construir la máquina, pero el problema verdaderamente importante es que se me olvidaron hace mucho los disgustos concretos de ese niño que se empeña en seguirme incordiando desde cada vez más lejos. La verdad es que, si la termino, sólo iré para darle un par de collejas y que deje de lloriquear.

Albert Rossell
Antes de la nube

El maestro solía llevarnos a todos al lavabo hacia las once. Un día, mientras trataba de ignorar el olor intenso del desinfectante, vi a ese niño. El sol le daba de lleno. Contemplé un instante su gordura que deformaba las rayas azules del uniforme, su sonrisa bonachona exagerada, el fresón protuberante de la nariz y el barullo rizado del pelo. Le saludé con la mano y me devolvió el gesto. Entonces debió pasar una nube, porque de repente ya casi no distinguía nada en el espejo, demasiado oscuro. Me quedé muy extrañado de que aquel chaval tan raro fuera yo.

Albert Rossell

11.12.02

La pulsión oscura

De repente estalló en un arrebato de furia destruyendo todo lo que encontraba a su paso riendo como el maniaco que era ahora a carcajada limpia.
Todo le daba igual, había llegado a su límite. Estaba harto de las reglas, de la moralidad, de reprimir su egoísmo y sus deseos más oscuros.
De ahora en adelante cometería todos y cada uno de los pecados que conociese y no conocería el remordimiento.
Todo el odio y la lujuria que atesoraba su alma quebrada manaba como un torrente de agua oscura.
Era un hombre nuevo y se sentía más libre que nunca.

Antonio Jiménez Benlloch.
Jardín matemático

Jugando al ajedrez tengo la ilusión de ser yo mismo, me identifico con ese enrevesado mundo de piezas y casillas. Soy el explorador de un jardín matemático casi infinito, repleto de árboles de posibilidades que recorro incesantemente para perder el miedo. A veces hallo una torre, un caballo, una reina, cuya belleza me emociona, pero generalmente me diluyo sin conciencia en el laberinto de las interminables ramificaciones y olvido todo lo que está más allá de la partida misma. Procuro, incluso, olvidar la inutilidad de ésta, su final inevitable, cuando la banderita del reloj caerá y habré perdido por tiempo.

Albert Rossell
Casi innecesaria

Yo creía ser sólo una persona casi innecesaria, con su trabajo, su mujer y sus dos niños de rigor –la parejita–, los noticiarios, el fútbol, y el cine de vez en cuando, pero el día que entré en aquella tienda de electrodomésticos, para comprarle una sorpresa a mi familia, me descubrí hablando por televisión, porque verdaderamente eran mi voz y mis gestos los de aquel político emprendedor que, desde un aparato ultraplano de bastantes docenas de pulgadas, le vendía al mundo la heroicidad de los trabajadores anónimos, de apariencia anodina, que lo sostienen con sus acciones diarias e insignificantes.

Albert Rossell

9.12.02

Cuatro con cuatro

Llegó tarde y se acurrucó, pecho con espalda, como un cuatro que abraza a otro cuatro, el brazo rodeando su costado, la mano descuidada rozando la piel de sus senos y la nariz exhalando a milímetros de su cuello. El corazón se le aceleró y bombeó con fuerza sangre que circuló rauda por todas las venas y arterias. La temperatura creció en su interior haciendo más agradable el contacto de sus cuerpos en el gélido ambiente de la habitación.
Se despertó plácido, reconfortado, acurrucado pecho con espalda, como un cuatro que abraza a otro cuatro, en un ambiente completamente gélido.

Andrés Calvo

8.12.02

Esfinge

Otra vez lo veo allí sentado en su silla mirando absorto el mundo detrás de la ventana sin que su rostro muestre expresión alguna.
Raramente sonríe y si lo hace nadie sabe a qué es debido. Nunca entabla conexión visual directa ni es pródigo en palabras. Cuando habla lo hace toscamente y sin entonación.
Realmente es difícil reconocer al ser humano que tengo frente a mi, envuelto en una burbuja de inmutabilidad, inmerso en un mundo distinto al nuestro.
Y cada vez que lo miro quisiera preguntarle ¿En qué piensas? ¿Cómo es tu mundo? ¿Estás sufriendo? El rostro permanece impenetrable.

Antonio Jiménez Benlloch.

5.12.02

Predicando con el contraejemplo

Le explico a mi nieto que algunas cosas no hay que hacerlas, que están muy mal y no debe repetirlas nunca, aunque muchas personas también las hagan, ni siquiera si entre esas personas está su abuela. No, le digo, la abuela no es mala, lo que pasa es que algunos que no se merecen nada, que visten alevosamente de blanco en lugar de sus auténticos colores, y que provocan a todos con su mera presencia, a veces me sacan de quicio, pero no volveré a hacerlo. Y entonces le hago prometer que jamás tirará al campo una botella de whisky.

Albert Rossell
Coautor

Hace mucho apareció por la empresa un cuadro moderno en relieve, con muchos pliegues hechos de un material espeso. Era horrible, pero lo había pintado una directora. Un día, después del vino de la comida, le añadí un chicle de menta masticado, bien encajado en un surco. Quedaba bien, pero algún compañero con ínfulas dijo que eso era robarle la autoría a la pintora. El cuadro aún sigue allí, y el chicle también. El ADN permitiría demostrar que el chicle es mío, y mi esperanza es que algún día el cuadro se venda bien y así podré cobrar mi parte.

Albert Rossell
Menos tonto

De pequeño era un poco tonto. Creía a los adultos cuando explicaban que los mentirosos y los ladrones olían a ceniza. Hasta me confesaba de mis tentaciones. Y lo pasé fatal cuando quise hacerme de la pandilla del Eduardo, porque ellos me exigían jurar que había robado algo aquella misma semana. Entonces convencí de que me enseñara a jugar a dominó a mi hermano mayor, que disfrutó ganándome toda la tarde. Lo sabía por mi padre; cada vez que yo cogía una ficha del montón estaba robando. Ahora que soy menos tonto, lo cuento por si le sirve a alguien.

Albert Rossell

3.12.02

Camino a casa

Miró a su alredor, luego miró hacia arriba. Ahora, todo el tiempo que conocía, que había conocido, le parecía apenas el segundo que demoraba en volver las páginas de su libro, con avidez. Por fin, tenía libro propio. Sus manos temblaron de tanta emoción y el libro cayó al suelo. Lo recogió; se había manchado un poco –pero podría limpiarlo–, y se dijo que era hora de irse a casa a enseñar el ejemplar.
Feliz, cruzó la autopista sin pretender evadir el espíritu violento de los autos. Del otro lado, quedaba su cuerpo, tendido junto a la banquina. Sonrió.

Rosa Elvira Peláez
Nubes

La ciencia no deja de asombrar al mundo. Bañarse en nubes puede ser un buen tratamiento para aligerar las tensiones al finalizar el día. Los estudios fueron tan halagüeños que la producción enseguida entregó al mercado el nuevo producto.
Ya pueden adquirirse prácticas bolsas de diez nubes de alta capacidad expansiva por minuto. Las contraindicaciones indican que deben abstenerse las personas que no toleran las alturas (un baño de nubes puede ser mortal). En breve, podrán comprarse bolsas con nubes de colores y, para los más exigentes, se preparan ediciones especiales de nubes de tormenta (con un rayo de obsequio).

Rosa Elvira Peláez

Certeza

Él quería conocerla para amarla. Para revelarle que todo el amor imaginable existía: él lo tenía para ella. Solamente para ella. Desde que la vio, supo que su vida había tenido como objetivo a esa mujer, que el resto de su vida sería totalmente de amor por ella. Sin medias tintas. Sólo esa mujer estaba destinada a convocarle el futuro de familia, y más aún: de convertirlo en un amante satisfecho que domaría a la vida y emprendería cualquier proyecto. Un triunfador. Nada podría detenerlo.
Pero era un hombre tímido. Para amarla, tenía que conocerla. Y nadie quiso presentársela. Nunca.

Rosa Elvira Peláez
Sueños extraviados

Los sueños extraviados ocupan el mayor espacio en mi casa. Debido a su naturaleza es razonable que tengan una independencia total. Cada día que pasa fagocitan más espacio. Más y más. Son tantos, que su fuerza crece. Comienzo a sentirme inservible. Me abruma no poder soñar todo lo que quisiera, pienso que sería, acaso, una forma de hacer valer mi presencia en la casa. Estoy confundido, y temo.
Desde anoche, estoy durmiendo en el jardín. No sé qué me espera en el futuro. Presumo que el sueño recurrente del clan de los sueños extraviados es que se deshace de mí.

Rosa Elvira Peláez
Un final feliz

Esperaba su llegada, como un niño espera su madre. Ansioso daba vueltas en su cama, sin poder conciliar el sueño, se tapaba y destapaba con la húmeda sabana y recordaba cuanto tiempo llevaba ahí, tal vez años, meses o días quien sabe. Sin poder levantarse de su lecho, atado a esa cama solamente la esperaba. De repente sus labios dibujaron una sonrisa, un viento helado recorrió la estancia, todo a su alrededor se oscureció y un calor veraniego se posó en su corazón. Nunca había estado tan contento en estos meses, tan contento por que al fin llegó la muerte.

Juan Alvaro
Ilusiones urbanas

El día que robé en El Corte Inglés no lo hice por vicio, ni por odio a las grandes empresas. Tan sólo pretendía olvidar lo solo que me encontraba en Madrid. El Corte Inglés es bastante parecido en todas partes, y allí dentro creía poder hacerme la ilusión de que seguía aún con mi familia y mis amigos, en lugar de a más de quinientos quilómetros, haciendo la mili. Pero no funcionó, y entonces robé la postal, para sentirme más cerca, al menos, del recluta madrileño melancólico que en aquel mismo instante robaba otra en un Corte Inglés de Barcelona.

Albert Rossell

28.11.02

Tempestad de muerte

Sus gemidos cadenciosos parecen perderse entre la lluvia. Avanzo aferrando con fuerza un paraguas sin abrir. A medida que mi ritmo se acelera, la tormenta parece derramarse sobre mi cuerpo mojado con más y más virulencia. Me odia, lo sé. Él también, pero agoniza y no tiene salida: pronto perecerá. Distingo su figura borrosa en mitad de la plaza. Ríos minúsculos se desbordan con fiereza de entre las baldosas beige, desgarrando mis zapatos y devorando mis pies. La tempestad me consume, como un hijo hambriento a su padre desvalido. Y, allí, yaciendo en el suelo, yo instantes después de ahogarme.

Jaime Munuera Bermejo
Contrastes

Mi mundo está formado por cuadros. Se superponen unos a otros, en una sucesión regular de superficies blancuzcas y confusas. A menudo, no sé hacia que dirección camino ni en que sentido espacial lo hago. La orientación aquí es nula, en este espacio puro, geométricamente perfecto. Incluso el vacío es lechoso, de cegadora luz inmaculada. Pero este blancor es intermitente: en ocasiones una densa negrura lo tiñe todo. Desconozco su origen, sin embargo, la presencia de penumbras en mi universo me desconcierta y me pregunto por qué existe la oscuridad incluso en el más perfecto y constante de los mundos.

Jaime Munuera Bermejo
Silenciosa melancolía

Callado el cielo, llueve soledad sobre el vacío de mi corazón. Ahogado en tu ausencia, busco entre las nubes inexistentes de la memoria un atisbo de tu recuerdo. Allí donde voy, hallo rumores de tu presencia en un tiempo nunca olvidado. Cicatrices sin forma, sangrantes, eternamente hendidas en fuego sobre mi propia piel. Tu me diste un billete sin retorno hacia tu corazón, pero nunca llegué a mi destino. Aún sigo aquí, en un vagón que late agónico incapaz de encontrar la vía que a ti conduce. Viajero sin equipaje, perdido el rumbo, se ha callado incluso el cielo: melancolía.

Jaime Munuera Bermejo

Nidos ocultos

Lo he estado pensando y creo que voy a vender la casa de campo. De hecho, nunca me gustó ir allí. Bueno, tal vez sí, al principio, cuando el abuelo jugaba conmigo. Me enseñaba los nombres de los árboles, y los nidos ocultos que luego aprendí a encontrar por mí mismo. Al abuelo no le gustaría saber que vendo la casa, se enojaría mucho, como aquella vez que me riñó tanto y yo aguanté el chaparrón con la cabeza baja, mirando al suelo, tratando de no ver los pedazos de cáscara y el cuerpo ya casi completo de aquel pajarillo.

Albert Rossell

21.11.02

Viaje sin retorno

Dentro de mi madre estaba todo negro, y sólo se oía el tambor obstinado de su corazón. En ocasiones, sabiendo por la lentitud de ese latido que ella estaba dormida, utilizaba aquel truco. Me desprendía de mi envoltura, de mi piel, me adentraba en el tubo carnoso que me unía a su ombligo y llegaba hasta el final para ver el exterior, que unas veces hallaba también oscuro y otras cegador.

Al nacer sentí mucho frío, y me asusté ante aquel despropósito de manchas de colores, así que inmediatamente pensé volver por el mismo tubo, pero alguien lo había cortado.

Albert Rossell

18.11.02

Máscaras para una vida

La mañana despunta: brillos sin color, grises esperanzas despiertan embutidas en cáscaras maltrechas. La máscara seguirá agrietándose con el sol. Heridas sangrantes que nunca cicatrizan. ¿Por qué gimes? Porque nada es como lo soñaste ya hace tanto tiempo. La máscara sonríe a los extraños, simples transeúntes, a los conocidos, a otras máscaras. Sin embargo, bajo el disfraz lloras, te retuerces a causa de tu inconformidad ante la vida. La ciudad muere cada día, cuando al llegar el atardecer finaliza el primer, y único acto, de una eterna representación: miles de actores, un solo papel; una tristeza que devora nuestro ser.

Jaime Munuera Bermejo

14.11.02

Hecatombe

La noche sucumbe a la oscuridad. << Ya no me iluminan>> - piensa - << los conquistadores de mi dominio>>. Y se aboca hacia el vacío, como hace mucho, cuando contemplaba la eyaculación del monte ignívomo en los tiempos alegres de un porvenir bueno. Sin embargo, ahora, avanza con pesadumbre sobre un mundo devastado que la convierte en techumbre inútil. ¡Si algún sonido me apresurara! – lamenta. Pero se atora al tener respuesta. Es un grito vencedor, en el que reconoce la voz del diablo íncubo que la poseyó. << Al fin el océano sangra>> retumba como testimonio de un nuevo despertar, el del infortunio eterno.

Angel Frigols
Una que se le parece

Mamá dice que no es ella la señora del patio que tendía la ropa. Es extraño, parecía ella. Además, antes la estuve buscando por la casa sin encontrarla. Pero dice que estaba cocinando con la puerta cerrada, por el humo, que ella nunca me dejaría solo. Dice que la señora del patio es una que se le parece... Supongo que tiene razón, por eso cuando la otra mujer le preguntaba a la del patio si es su hijo ese de la ventana, la señora ha dicho que no, que es otro piso, que ella nunca dejaría solo a su hijo.

Albert Rossell
El crepúsculo de un guerrero

Yaciendo sobre el suelo mojado, perdido en la espesura de mis sueños, tiño la realidad de colores imposibles. Este crepúsculo otoñal no es como el de otras estaciones. El viento que ahora sopla, susurra profunda amargura de hojas caídas. Mis manos aún persisten agarrotadas alrededor de la empuñadura de mi katana. Ahí continua, inserta en su vaina, mientras mi espíritu escapa dejando tras de si lágrimas secas, coaguladas en mis ojos. Como un relámpago distante, recuerdo el campo de batalla: silbido de mil flechas, barro en la cara, crepúsculo teñido de sangre. El rumor de una vida que se extingue.

Jaime Munuera Bermejo

12.11.02

El cortauñas de mi abuelo

Estoy en el metro pensando en mi abuelo, en que poco me queda de él. Conservo un cortauñas bastante casposo que compró en un mercadillo. Hasta hace poco todavía lo usaba. Con cada pequeña crepitación recordaba su rostro de rubio andaluz, sus gestos vehementes. Ahora está roto, sin arreglo. Lo conservo pero no puedo utilizarlo. Quizás por eso está desvaneciéndose su recuerdo, su risa peculiar, sus atenciones cuando me operaron siendo niño, la colonia que se empeñaba en hacerme respirar para refrescarme, aunque más bien me mareaba, la misma que lleva –acabo de notarlo– el hombre sentado a mi lado.

Albert Rossell
Desperfectos y roturas

Gabriela estaba muy harta. Encerrada en su habitación incubaba el odio contra el mundo. Desde su ventana, la profundidad del hueco del ascensor la atraía. Saltó. Pero calculó mal, y en lugar de descender verticalmente pronto chocó contra la malla de alambre, y comenzó a rebotar con estrépito en todas direcciones contra la red metálica, cada vez más dañada, mientras caía sin saber aún que sus amables vecinos decidirían sufragar los desperfectos, y también los gastos médicos del milagro de la única fractura de su brazo, como detalle solidario para con el vecino del ático primera, su desesperado padre.

Albert Rossell

11.11.02

Contaminación acústica

Empecé a tocar el saxofón y temía provocar hostilidad, especialmente la de la vecina cuyo tendedero queda frente al mío en el patio, contumaz militante anticontaminación acústica y protagonista de famosos altercados con el dueño de un perro bastante aullador. Procuraba evitarla tendiendo la ropa rápidamente, a horas inusuales. Pero un día esa feroz promovedora del silencio me pilló tendiendo, e insistió con tal vehemencia en saber si el músico era yo que tuve que confesar. Entonces, pasmándome, exclamó: “¿Sabe qué le digo? ¡Que me voy a comprar un trombón, a ver si entre los dos jodemos al del perro!”

Albert Rossell

8.11.02

kOlEgAs


Posteé el siguiente mensaje en un weblog al uso: "Wassup! Somos unos colegas que tenemos preparao un viajillo a Holanda y tenemos una duda... La dosis de psycolibe cubensis, tres gramos, son por persona o para los tres?". La primera respuesta fue descorazonadora: "No las tomes en Holanda y menos en otoño... Si vas a Holanda fuma marihuana." La segunda, remató mi ilusión: "Las setas son para tomar en el campo un buen día de sol. Yo las tomé la primera vez en el cuartucho de un amigo... no lo pasamos mal, para nada. Pero no es lo mismo, coño."

José María Puerta

7.11.02

Metáfora de un sueño

Era un día cualquiera de invierno. De uno de esos tan próximos al corazón en que cada latido se vuelve puro hielo. Era un momento inalcanzable, repleto de escarcha y de sueños. Él susurraba entre copos de nieve sus pensamientos.
Ella le contemplaba en silencio, con los ojos inmóviles, presos en un segundo de final inalcanzable. Tenía los ojos verdes, de ese que uno desea ver siempre abarcándolo todo. Con ese brillo anhelante y deseado saludando tras las pestañas. Entre dos frases se amaron y sus sentimientos murieron.
Entre dos frases... en un segundo, en un día cualquiera de invierno.

José María Puerta
Mi yo auténtico

No me gusta el olor a sudor agrio de la gente que me empuja en el metro, desviándome de mi camino, ni el hálito de mala digestión del director del banco cuando pretende enseñarme el oficio que conozco mejor y desde antes de que él naciera, ni la peste sintética de la cresta pintarrajeada de mi hijo mayor, que quiere cambiar el mundo y, de paso, enseñarme a mí a vivir. No. Yo ya sé lo que quiero hacer, y lo hago, como ahora en el wáter; hace rato ya que terminé pero permanezco aún sentado, oliéndome a mí mismo.

Albert Rossell
Bestseller

Saber que sería conocido y admirado era la única razón que le animaba a escribir en sus momentos más difíciles. Pero ya no era así. La página en blanco se burlaba de él cada vez con mayor frecuencia. Cuando ya creía en un prematuro fracaso y pensaba en dejarlo todo de lado le llegó la más grande inspiración. Sería recordado por siempre, y junto a su obra viviría eternamente. Cogió el papel y sobre él grabó con estas palabras el que sería el principio de su primer y único éxito: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra…”

Juan Torrella



5.11.02

Simulando no verlos

Los hombres que había en la barbería cuando hemos entrado papá y yo estaban bromeando sobre el cuerpazo de una mujer que, como diría mamá, se exhibe en las revistas. Habían desplegado un póster y jugaban a decir cada uno una cochinada más gorda. Se reían. Papá se ha sentado simulando no verlos, y yo también. Pero hace rato que aprovecho el espejo para espiar esos muslos morenos, húmedos, dorados, que son como jamones, y esas pechugas valientes que se quieren salir del sostén. No entiendo a esos hombres. Riéndose así, juntos, es imposible que disfruten la mitad que yo.

Albert Rossell
Muchas abejitas

Siempre ese dolorcillo impreciso en el abdomen, al acercarme a una chica, o al hablar en público, como si muchas abejitas me aguijonearan desde dentro y terminasen por rasgar mi tripa, como cuando Don Bravo mostró a los demás alumnos mis hinchazones en brazos y piernas, y nos prohibió volver a explorar aquellos sótanos, y sobre todo sacudir una colmena, pero nos explicó que aún así yo era el ganador de la contienda, porque cada abeja que me había picado había muerto con el abdomen desgarrado, y entonces, allí ante todos, comencé a sentir ese dolorcillo impreciso en el abdomen.

Albert Rossell

31.10.02

Intimidad

Nunca he resistido la visión de la sangre, me mareo ante su rojez viscosa y me basta con anticiparme a ese mareo para tambalearme, pero cuando la madre del Gregorio se cortó en la cocina, justo después que él saliera a por el pan, y me llamó para que sostuviera su mano entre las mías, cuidando de que la herida quedara bien abierta para que ella pudiera limpiarla y desinfectarla, no vi ni la sangre ni la carne escindida, no vi nada, sólo sentí su intimidad perfumada y por desgracia breve de la que –lo sabía– jamás volvería a gozar.

Albert Rossell
Retenidos (variación)

En Iowa (EEUU), dieciocho estudiantes desaparecieron mientras realizaban un examen. Las puertas estaban cerradas y dos profesores jurados vigilaban. Muchos investigadores conectaron este fenómeno con el de los círculos en los campos de trigo y con las líneas de Nazca (esa especie de pistas de aterrizaje extraterrestres peruanas). Los padres hicieron un llamamiento mundial vía Internet y fruto del esfuerzo internacional de videntes y parapsicólogos de reconocido prestigio, amén de algún que otro intruso aficionado, hoy felizmente, los dieciocho jóvenes y un inexplicable clon de Torrebruno han sido localizados en un coro donostiarra, donde txikito tras
txikito, entonan melancólicas habaneras.

José Maria Puerta
Escondite

Lo tenía bien planeado, porque en la arboleda donde solíamos jugar al escondite yo había descubierto un alcornoque hueco, con una grieta generosa en su corteza que permitía penetrar y permanecer aislado en el interior, una caverna vegetal suficientemente amplia y al tiempo lo bastante estrecha, así que convencí a la Luci, la llevé de la mano, la empujé suavemente y cruzó la grieta, pero entonces, cuando anticipaba ya el placer de sus pechos incipientes apretujados contra mí en ese mundo escaso, me detuvo un vértigo desconocido, profundo, y mientras intentaba sobreponerme escuché la vocecita fatídica: ¡Un, dos, tres, Álvaro!

Albert Rossell
Volver a empezar

"Según lo acordado, la mercancía está a su disposición. La Srta. Barrientos se ha ofrecido amablemente para hacérsela llegar. El intercambio se realizará a las 14 Hrs." Con estas palabras, se inauguraba hace cerca de 10 años mi relación con el correo electrónico, miles de mensajes por medio, spam mediante, en los que mi destino se ha visto marcado siempre por una inexplicable propensión a lo tragicómico, hoy he decidido dar carpetazo final a esta antinatural relación con el mundo ¡Hoy, al fin, saldré a la
calle! Sin embargo, una duda me asalta ¿Seguirán las direcciones de calles siendo analógicas?

José María Puerta

24.10.02

Minicuento bosnio

Raima vive en Goradze, con toda su familia, completa a pesar de la guerra. A menudo, los serbios bombardean la pequeña ciudad, aunque hasta la fecha las bombas han respetado la casa de Raima.
Antes del almuerzo su madre la manda a un recado. Raima no quiere ir, pero, tras de un tira y afloja, obedece. Sale corriendo de casa y cuando llega al extremo de la calle, justo antes de doblar la esquina, un fugaz hálito de fuego, precedido por un fuerte resplandor, la hace girar la cabeza y ver atónita cómo su casa estalla alcanzada por una bomba…

Gaspar Fraga
Piedad

Acababa de escaparse de casa, sus padres no comprendían su pasión por el ajedrez. Me lo explicó después de haberle ganado con facilidad en un modesto torneo juvenil. Yo jugaba mal, pero era consciente de mis limitaciones. Él tenía aún menos talento, pero le sobraba ilusión.

Un año después volvimos a enfrentarnos. Vivía en la miseria; sin embargo, su juego había progresado. Cometí un error de apertura y quedé muy inferior. Lo lamenté, allí se disputaba algo más que un punto. Pero me clavé en la silla y conseguí remontar. Gané. Creo que tuvo suerte; no he vuelto a verle.

Albert Rossell
Mi Tour

Eddy Merck siempre ganaba, pero en aquel Tour Ocaña le había sacado más de diez minutos en una escapada. Yo también hacía el Tour con mi bicicleta, en el jardín de casa, y le sacaba muchos minutos a Eddy Merck. Cuando Ocaña se cayó bajando de un puerto sentí tanta rabia que salí al jardín y di tantas vueltas que las ruedas dejaron surcos imperecederos sobre la tierra blanda. En mi Tour ganó Ocaña. Muchos años después, alguien pavimentó aquello con cemento portland y mis surcos quedaron enterrados. Mientras, Induráin enterraba en el olvido a Eddy Merck y a Ocaña.

Albert Rossell

22.10.02

Et labora


Hablando el otro día con mi jefe le comenté de pasada que en la próxima
primavera me voy, que estoy harto de aguantar por unos miles de duros a
tanto payaso, sintiendo como los días se arrastran camino de quién sabe
dónde. Ante su cara estupefacta y luego de que me balbucease que adonde voy
a ir alma de Dios, le terminé confesando que me voy con el Circo Price, con
el que haré un tour por toda España. ¿Que qué voy hacer? Nada, me han dicho
que tengo que salir a la pista y limitarme a ser yo mismo.

José Maria Puerta

21.10.02

La excusa perfecta

La pelota abandonada, justo delante del chalet donde acababa de verla en la terraza con aquel bañador rojo enloquecedor. La excusa perfecta. Llamé. Tardó en abrir, se había puesto una bata azul. La pelota, efectivamente, era de sus hijos; me agradeció mi amabilidad. Era una mujer deliciosa, insinuante, pero yo no sabía cómo intentar algo. Entonces ella tomó la iniciativa; me hizo entrar y aguardar mientras desaparecía pasillo adentro. La imaginé llamándome desde el interior, quizá ya sin bata, tal vez incluso sin bañador. Pero volvió, con la bata puesta, y, pellizcándome la mejilla, me alcanzó una bolsita de sugus.

Albert Rossell
Pasado glorioso

Hace más de treinta años acompañé a Sandokan por los mares de Salgari. Sobreviví a mil heridas en innumerables combates y a fantásticas epopeyas entre las neblinas de las selvas orientales. Mi vocación de bravo capitán de navío jamás se doblegó, hasta que un día resbalé en la bañera y el agua me cubrió por breves momentos. Mi madre y mi abuela entraron corriendo, y entonces se disipó todo, el espejo se enfriaba y el vaho nebuloso desaparecía, y la espuma del jabón ya no era la del mar, y mi vocación de bravo capitán sólo era un glorioso recuerdo.

Albert Rossell
Viajero de luz

Un rayo de luz escapa del Sol. Quisiera proseguir su viaje con parsimonia, contemplando reposadamente planetas, satélites, cometas, galaxias. Pero la inercia es excesiva y no encuentra ningún agarradero que frene su marcha. En poco más de ocho minutos, apenas un soplo de tiempo para quien quisiera abarcar el Universo, surca ciento cincuenta millones de quilómetros vacíos, gélidos, y llega a nuestra atmósfera, donde sufre mínimos desgajos. Finalmente, estalla contra la corteza terrestre, se escinde en un continuo de colores. Algún objeto absorbe algunos, otros se reflejan. Pero el rayo ya no existe, y jamás contemplará reposadamente los astros celestes.

Albert Rossell

17.10.02

Agenda pormenorizada (Una continuación)

Corriendo por la pista me da de nuevo el infarto y van ya cuatro. Tomo la cafinitrina. Vuelvo a casa. Los niños han incendiado el piso, es la tercera vez este mes. Nos vamos al piso de repuesto. Pongo la cena, las latas están caducadas. Mi hijo pequeño se intoxica. "Joder" grito. Cojo el niño de repuesto. Acuesto los niños, los arropo y con el cloroformo de la almohada se duermen. Oigo el contestador. Otra demanda de mi ex-mujer. Aún conservo los dos dientes que le arranque la última vez. Me voy a la cama y duermo profundamente. Hasta mañana.

José Maria Puerta
Resistencia activa

A los gemelos, que tienen diecisiete meses, no les gusta que su padre toque el saxofón demasiado rato. Agarran las teclas, lo estiran y desequilibran. También apagan la luz para que no pueda leer las partituras, o encienden la tele y ponen el volumen a tope para que no pueda escuchar su propia música, para volverle loco. Otra táctica es encestar las piezas de un puzzle, una a una, por la campana del instrumento, hasta que el sonido parece morir ahogado. Hoy ha descubierto, atascado en el interior, su propio teléfono móvil, encestado de modo similar. Les mira. Le miran.

Albert Rossell
Sus mejores logros

Onofre tiene seis hermanos. Cada mañana, cuando la familia se levanta, la casa es un hormiguero de personas que van y vienen presurosas. Pero Onofre pulula dormido, sigue mecánicamente al primero que pilla, su padre, su hermana, el abuelo... Técnicamente es un sonámbulo. Cuando consigue aparecer en la cocina, la mesa ya está ocupada y no puede desayunar. Y en el único lavabo siempre hay cola. Sus mejores logros son permanecer pegado a la pared del pasillo, para no perturbar el tráfico humano, y padecer con entereza la tensión de sus esfínteres. Algunas veces llega a tiempo a la escuela.

Albert Rossell

16.10.02

Agenda pormenorizada

Cada mañana corro a comprar pan, preparo bocadillos a los niños. Después salimos a toda mecha los tres hacia la escuela. Luego el tráfico, hasta el trabajo. Allí me espera una reunión en la quinta planta, más tarde en la segunda, desayuno al teléfono, un informe, reunión en la tercera, comida de trabajo, comunicados para la prensa, reunión en una planta ignota. Salgo disparado. Justo a tiempo, recojo a los críos de sus extraescolares. El súper. A casa. Como locos... Las ocho. Huyo al centro deportivo. Allí, por fin, me relajo, mientras el monitor me hace correr por la pista.

Albert Rossell

15.10.02

De otra pasta

Hugo, mi hermano gemelo, es el mayor. Se dio más prisa en nacer. También aprendió antes a andar, a masticar, a beber sin biberón, a montar en bicicleta y a hacer grandes burbujas con el chicle. Tardó menos que yo en acabar los estudios, en sacarse novia, en trabajar y en ser padre de familia. Yo soy de otra pasta. Pero, eso sí, me jubilé antes que él. Ahí le gané. Y ahora que me muero, salvo que se apure a practicar el juego desleal, a hacerme trampa contra natura, le ganaré también en la carrera hacia el descanso eterno.

Albert Rossell
Estrategias

Inmóvil para ser invisible a la selva, el poderoso jaguar acecha. De repente hay una posible presa, un tapir, un armadillo, quizá una capibara o un pécari. Espera el momento oportuno y entonces todo depende de su mejor arma: su velocidad.

Me desplazo tan rápido como soy capaz, que no es mucho. Y si el peligro anda cerca, si descubro al jaguar camuflado en la espesura, todavía me muevo más despacio. Mi madre me contó que así sobrevive un oso perezoso. Su mejor arma es su miedo, la angustia que le deja casi inmóvil para ser invisible a la selva.

Albert Rossell
Caridad

La señora Remedios estaba muy sola. Por eso mamá soportaba sus frecuentes llamadas. Se enrollaba mucho al teléfono, hablaba sin parar, y a menudo mi madre dejaba el auricular en la mesita y se iba a hacer sus labores. La anciana parloteaba tanto que no se daba cuenta.

Un día advertí que la señora Remedios, algo nerviosa, estaba repitiendo una pregunta que mamá no le respondía porque andaba trasteando por la cocina. Entonces me puse y le dije que quería hablar yo. Se sorprendió, pero en seguida empezó a contarme sus cosas como una ametralladora. Mientras tanto, abrí un tebeo.

Albert Rossell
La audioteca de Sugrañes

El multimillonario Sugrañes, influyente y aburrido, recopiló antes de su muerte una singular audioteca: miles de cintas con mensajes que llegaron al contestador telefónico equivocado. Hay en ellas voces de niños que, sin querer, confiesan sus travesuras en el contestador de algún familiar adulto; jadeos ansiosos abandonados insensatamente en el del asesor fiscal; instrucciones para un cómplice libradas por error al de una comisaría de policía; palabras de amor para la amada auténtica grabadas en el de la tan sólo esposa. También hay un mensaje de la señora Sugrañes. Interroga a un destinatario anónimo sobre las propiedades de ciertas substancias.

Albert Rossell

10.10.02

Última oportunidad para morir

Reflexionó un momento, acariciando el frío revolver. Aquél ser oscuro había aparecido de una esquina del callejón y, poniendo la pistola en su mano, le había dicho:

- Hoy es tu última oportunidad para morir. Si tu vida no termina esta misma noche, no lo hará nunca. Te quedarás aquí para siempre.

Su mujer le había abandonado años atrás, su hijo no le dirigía la palabra, sus mejores amigos ya habían muerto. Le dió una última calada al cigarrillo, mientras paseaba entre los recuerdos de lo que habia sido su vida. Levantó el revolver, y disparó... El ser oscuro cayó fulminado.

Dani Madero

9.10.02

Sonreía. Adiviné.

Soy metódico. Cuidadoso. Mucho. Preparo música. Cada noche. La escojo. Con amor. Una cinta. La grabo. Llamo. Cada mañana. En punto. La hora. La misma. Siempre. La cinta. La pongo. Al teléfono. Hace meses. Se levanta. Ella. Con música. Cada día. Preparada ayer. Quería hablarle. Hoy. Decirle. Que. Para ella. Por amor. Yo. Pero. Hace daño. Dentro. Era hombre. Su voz. Insolente. Sonaba. Sonreía. Adiviné. No. Decía. No es. Homosexual no. Él. Tolerante sí. Marica no. Da igual. Llamarle. Puedo. Cada mañana. Práctico. Es. Despertador. No necesita. Y. Le enrolla. Mi música. Había apuntado. Mal. Nunca antes. Un número. Yo.

Albert Rossell

8.10.02

Nieblas magnéticas

El teléfono sonó con un matiz lejano -aunque Susana no lo advirtió- porque Fernando, irreductible hasta más allá de la muerte, la llamaba desde el Cielo desoyendo las recomendaciones de los ángeles, según los cuales la comunicación era imposible. Debió escucharlos.

Susana, cabal incluso en el ahogo de la desesperación, ni siquiera consideró que aquella voz pudiera ser la de su hombre. Cuando éste la deslizó por el hilo desde el otro mundo, nieblas magnéticas alteraron su timbre ligeramente, lo suficiente para que emulara demasiado bien la de su hermano Andrés, siempre enamorado, cuya macabro, enfermizo mensaje Susana jamás perdonó.

Albert Rossell
E pui si muove

Estoy convencido: mi mujer tiene un teléfono móvil. Quiero decir que se mueve. Por su propia voluntad. Al principio, cuando no había manera de encontrarlo y finalmente aparecía en lugares impensables, en la nevera, en la secadora, en un zapato viejo o en el cajón de los calzoncillos, pensaba inmediatamente en los niños, en mi suegra, incluso en las canguros. Pero no, tiene que ser el propio aparato el que se esconde. Hiberna, seguro. Sólo así se explica que cuando marco su número para localizarlo de una puñetera vez, siempre me atiende el contestador, y al hallarlo no queda batería.

Albert Rossell
Abstracciones

Patria, identidad cultural, lengua, bandera. Aprendí estos referentes en la escuela. Símbolos. Un día, en un aeropuerto, vi un subsahariano andrajoso, con una maleta cochambrosa que mantenía cerrada mediante cordeles, bajando con torpeza por las escaleras mecánicas. Nadie le esperaba, y en sus ojos desorientados había soledad. Insignificante, pensé. Y, acto seguido, me di cuenta. De que quizás, imperceptiblemente, apenas una migaja de mi patria acababa de cambiar, de que un gramo de mestizaje se había agregado a nuestra cultura, y un soplo ligerísimo, un deje inaudible, a nuestro idioma, y acaso un matiz invisible de color en la bandera.

Albert Rossell

4.10.02

Parquetista económico

Yo era un incrédulo. Fui a la ceremonia del maestro Gishwan tan sólo para fisgonear. Pero el lunes siguiente inauguraron en el edificio frente al mío una clínica dental, y el martes, justo al lado, una clínica mental. La coincidencia tiñó dulcemente mi aura. El miércoles, en la puerta de la pollería había un anuncio: “Parquetista económico”. Y entonces caí en la cuenta de la convergencia cósmica, porque, ya no pude dudarlo, el “Economista parco” es su compañero dual, el complementario universal que Gishwan predica. Creed a este acólito que os habla, dejad dormir la mente y despertad el corazón.

Albert Rossell
El orden de los factores

Cambió el suboficial encargado de cocina, y aquel mes fue nefasto. Ni siquiera el perro del sargento primero de comunicaciones quería el jamón de york, que le echábamos al suelo por probar. El vino era puro vinagre, y la verdura rehogada sugería el vómito. En la panceta sobrevivían pelos. Un gastador aseguró que, con los beneficios, el sargento de cocina iba a comprarse un Porsche. Después añadió, como prueba, que las sobras de nuestra comida iban directamente a los cerdos de una granja cercana. Me alegré sobremanera de que tal, y no el inverso, fuera el orden de los hechos.

Albert Rossell
Demasiado blanca

De niño, solía recriminar a mis padres que no eran lo bastante devotos. Faltaban a misa. Después, recién cumplidos los trece, se me ocurrió un juego, una variante del conocido ¿qué pasaría si...? Entonces creí que no podría soportarlo, que me bastaría con imaginar la ausencia de Dios para que una zozobra inmediata, una catástrofe interior, me obligara a aferrarme a Él de nuevo. Pero me atreví. Y al principio no sucedió nada, continué viviendo. Ahora, pasados los setenta y cinco, tendido en el lecho de esta habitación demasiado blanca, me pregunto si después del último sueño podré seguir jugando.

Albert Rossell
Sí hallé, en cambio

Fui a la mili porque no supe simular una enfermedad, ni convencer a nadie de mi objeción de conciencia, y fui asustado porque temía la dureza de los mandos y de los castigos militares, la exigencia de los ejercicios físicos y de la disciplina castrense. Pero, en los tres cuarteles que estuve, sólo excepcionalmente encontré dureza. Sí hallé, en cambio, arbitrariedad, capricho, desorden, desorganización, demencia, hombres pobres de espíritu, ignorantes, analfabetos funcionales, suboficiales que huían de la miseria de sus pueblos, aprovechados que medraban con negocios truculentos, nostálgicos, alcohólicos, y neuróticos obsesionados por la cornamenta que les regalaba su mujer.

Albert Rossell

2.10.02

Costumbres extinguidas

La puntualidad fue una antigua costumbre hoy extinguida... No debería venir tan a menudo a este cine. Como siempre, llevan ya algunos minutos de retraso. Numerosos espectadores esperamos resignados que apaguen las luces. Mientras, escucho la música de fondo. Curiosamente, es agradable, como de salón aristocrático, y perturbadoramente familiar, pero no logro reconocerla...

Por fin, la identifico: de una escena de “El gatopardo”, de cuando yo trabajaba tanto, demasiado, y venía mucho menos a este cine, de cuando ella vivía aún conmigo y disfrutábamos juntos de esas raras ocasiones especiales... A ver si empieza de una vez la dichosa película...

Albert Rossell

27.9.02

Conductos deferentes

El hombre tenía la cara tapada hasta la altura de los ojos y llevaba un gorro como de nadador verde.
Tarareaba algo de Springsteen que sonaba en una radio colocada en una esquina. Una mujer le ayudaba en lo que hiciera falta con lo que tenía en las manos el de la cara tapada.
-Este ya está. Ahora este otro.
Sigue tarareando mientras yo, boca arriba, miro fijamente los focos redondos que cuelgan del techo pensando quién me habrá mandado meterme en éste "berenjenal".
Después, el del gorro verde me mira y dice:
-Ya está. ¿Qué tal?
No volveré a ser padre.

P Ngrlhm

25.9.02

Vampicuento

Desde el "Velador de miedos" enseñaba "Ciencia para todos", mostrándoles las
"Luces allá arriba" para que "El abuelo" mantuviera esa "Belleza contenida"
y que "Otra visita al pasaje del terror" y la "Montaña rusa" hiciera olvidar
su primer cuento titulado "Pasaje del terror".

Otra "Zona residencial" y unas "Luces de la ciudad" transformaban "Hormigas
y parábolas" en leyendas del "Justo pastor", sin otro sentido mas que
olvidar el desgraciado incidente que una "Buena gestión" hubiese evitado,
por más que los "Colores olvidados" de la inocencia pudieran enmascarar "100
silencios" sin boca, su nombre ¿sabes? no podría ser otro sino "Holofernes".

José María Puerta

5.9.02

Velador de miedos

Mi hijo no logra dormir, teme que al cerrar los ojos alguien entre en casa y nos asesine a todos. Cuando le explico que es muy improbable y no debe preocuparse, me responde que ya lo sabe y se lo recuerda a sí mismo constantemente, pero esto no alivia su miedo. Le permito leer un rato y, luego, dormirse con la luz de la lamparilla encendida –yo la apagaré–. Por fin, concilia el sueño. Ahora puedo irme yo también a la cama, tranquilo, con mi cuchillo bajo la almohada por si acaso..., aunque no sepa quién apagará mi lamparilla.

Albert Rossell

26.8.02

Ciencia para todos

... Y los “top ten” del año en el apartado de divulgación científica son:

“Autoconfianza (cómo superar el autoengaño)”
“Autoestima. Onanismo y autofelación. ¿Constituye incesto el onanismo?”
“Gigoló sostenible (gestión del overbooking)”
“Tu padre, ese desconocido”
“Incontinencia creativa y meteorismo recreativo”
“Indicios de conciencia en el intestino grueso”
“Positivación de la halitosis”
“Curación por huevos y propiedades psicoterapéuticas de los callos en relación con el cuerpo calloso”
“Tu médico, ¿un asesino en serie?”
“Diseño de trajes de baño. Penetración en el mercado nudista”

Además, presentamos las novedades “Botánica cuántica” y “Autoafirmación: el método del yo-yo” para la programación del 2003...

Albert Rossell
Luces allá arriba

No recuerda que estuvieran antes. Desde que llegaron ellos, con su ruido atronador y sus apariciones súbitas, impredecibles, algo muy profundo cambió en su vida. Con toda certeza es por su culpa que lo tienen retenido en este extraño lugar, que su lengua se ha vuelto rebelde y no quiere formular las preguntas que él piensa. Pero le cautivan sus lucecitas titilantes, y los surcos que agrietan el aire.

Una trabajadora social, de uniforme blanco, lo saca de la terraza y empuja la silla de ruedas hacia la sala de estar. “¿Qué tal, don Alberto? ¿Cuántos aviones han pasado hoy?”

Albert Rossell
El abuelo

El abuelo iba entristeciendo a medida que su mirada se abstraía en el vacío. No oía, aunque no padeciera sordera, ni atendía a las súplicas de que comiera..., y paulatinamente iba consumiéndose. María, su nieta, alguna vez conseguía que aquella mirada perdida visionara alguna forma, y entonces el abuelo sonreía. Pero un día al abuelo le comenzó a chirriar la sonrisa, y no pudo cerrar más la boca.
Días después el abuelo falleció, con un rostro completamente atípico. Su media cara norte, con los ojos tristes y hundidos, contrastaba con su media cara sur, que sonreía plácidamente a la muerte.

Ana Santolaria

22.8.02

Belleza contenida

Conduzco a ritmo lento por la autovía, de camino a mi oscuro trabajo en la ciudad. A ambos lados de la carretera hay perfiles grises, fábricas, almacenes, un hospital de hormigón, torres eléctricas en hilera, racimos de grúas, recortados todos contra una cálida atmósfera naranja. Ante mí, intermitentes, puentes por los que cruzan transeúntes a pie y algún ciclista, espectros a contraluz del sol madrugador. Al fondo, sin matices distinguibles, en constante penumbra, las montañas. Y entonces me digo que quizás, por fin, el día tendrá hoy la hermosura que prefiero, sin todo ese bullicio excesivo de colores del verano.

Albert Rossell

21.8.02

Otra visita al pasaje del terror

A Borja Mari le hacía superilu una atracción de la feria y le acompañé. Decía que salía un actor supermegabueno con una motosierra eléctrica que lo hacía igualito que el de una peli de Texas. Pero chica, aquello estaba oscuro y encima olía fatal, se notaba que no le pasaban el aspirador. Había hasta sangre por el parquet. Además, ése de Texas llevaba una careta de muy mal gusto, y un grosero decía palabrotas, y había un chiflado que saltaba por encima de una señora mayor minusválida. Te juro por Snoopy que paso de volver a salir con Borja Mari.

Albert Rossell
Pasaje del terror

Fui porque el Míchel se rayó con que en esa atracción de la feria se lo montaban que te cagas. Pero aquello no estaba normal, sangre por un tubo, la sierra y el tío con careta de la matanza de Texas tiraos por los suelos, y un hijoputa encima del sicópata rajándole con la shirla: “¡que no me vacilas delante de mi chorba, gilipollas!”. Y luego a mí: “¿A ti qué te pasa, pringao?”. Total, que salté por encima de la abuela de sicosis y me abrí cagando leches, no fuera a meterme el pincho pol culo aquel pedazo cabrón.

Albert Rossell

20.8.02

Montaña rusa

Sumido en el vértigo de descensos verticales y centrífugos, de sacudidas zigzagueantes, luchaba contra mi desconfianza natural hacia las atracciones de feria ambulante. Al fin, un frenazo muy brusco terminó con el viaje. Mientras aún esperábamos que un empleado algo andrajoso y mal afeitado liberase la barra protectora, una pantalla incrustada en un soporte metálico mostraba ya una foto: yo relativamente tranquilo, casi relajado, aunque sujetándome al vehículo con firmeza; mi hija agarrada a mi brazo con el histerismo impreso en su mueca; y, en el asiento de atrás, una chica sola. Me volví a mirarla, pero ya no estaba.

Albert Rossell

18.8.02

Zona residencial

Es mi afición preferida, la que ocupa casi exclusivamente mi tiempo libre. Cojo el coche y conduzco despacio por la zona residencial de mi ciudad, levantando mucho el cuello para poder ver por encima de las tapias. Chalets de mármol, tejados de pizarra, árboles esbeltos que ocultan piscinas siempre azules. Imagino cómo será mi vivienda cuando me instale por ese barrio, después de que algún milagro me enriquezca. A veces, alguien que ya me conoce de tanto circular por allí me mira con recelo. Quizás teme que sea peligroso, pero no, el único peligro es el sobreesfuerzo de mis cervicales.

Albert Rossell

14.8.02

Luces de la ciudad

Cuando construyeron aquel edificio, propiedad de una empresa de seguros, en los viejos y siempre oscuros pisos de enfrente amaneció un fulgor inesperado, porque ahora la moderna fachada acristalada les regalaba toda su luz, reflejándola desde el otro lado de la calle. Los vecinos, hasta entonces resignados a vivir de espaldas al sol, acogieron con alegría desatada esa nueva atmósfera clara que invadía sus penumbras. Eufórico, el pequeño de los Jumilla, del cuarto tercera, declaró que en adelante estudiaría muchísimo, para ser el director de la empresa de seguros y preservar para siempre de la quiebra aquel espejo mágico descomunal.

Albert Rossell

12.8.02

Hormigas y parábolas

Tengo un sueño recurrente. Al principio es sólo un bullicio en mis tripas, como si hubiera un hormiguero. Después, una recua de obreras obedientes surge de mi boca y sigue por el aire, sostenida por una estructura invisible que en algún momento debe ramificarse y curvarse, porque los insectos dibujan entonces espirales, parábolas, sinusoides y otras elegantes formas. Es muy placentero, y también las cosquillas de sus pequeñas patas a medida que ese ejército infinito desfila sobre mi lengua. A menudo pienso que ojalá mis palabras fuesen como esas hormigas pero, hoy por hoy, me conformo con la metáfora nocturna.

Albert Rossell
Justo pastor

Empezó por atizar con el cayado a aquel macho peleón que siempre andaba provocando a todo el rebaño. Le pareció correcto hacerlo. Le gustó. Después comenzó a priorizar según su comportamiento los animales a sacrificar, evaluando la desfachatez de los carneros y el desapego antinatural de algunas madres. Más adelante instauró una monogamia rigurosa, casando cada oveja con su pareja y castigando con hierros candentes a los ejemplares promiscuos. Pero pronto le aburrieron esas banalidades, así que durante sus frecuentes recesos del pastoreo se esmeró en el estudio y acabó por sacarse unas oposiciones a maestro de escuela.

Albert Rossell

6.8.02

Buena gestión

Dirigir un holding alimentario era todo un reto, pronto comprendí la dimisión de mi antecesor porque estábamos sin presupuesto para investigación en nuevos sabores, el sistema informático asignaba indefectiblemente el año 69 a la caducidad de todos los lácteos –más tarde donados al tercer mundo–, y nuestras deudas ascendían al doble de nuestros ingresos anuales, además de haberse detectado gérmenes en los refrescos, orines de rata en los turrones para diabéticos, e ingredientes no identificados en las salchichas. Mientras el Vaticano protestaba por nuestro helado en forma de pene, convoqué un gabinete de crisis y resolvimos cambiar de logotipo.

Albert Rossell
Colores olvidados

Hoy, desde el vagón del metro, vi que están remodelando una estación, que han despegado los azulejos blancos y en las paredes han resucitado provisionalmente murales olvidados llenos de color, gruesas rayas azules, negras, rojas, pintadas por alumnos de segundo de primaria hace tanto tiempo que quizá ninguno se acordaba ya, ni siquiera yo, que me demoré para escribir mi mensaje en una esquina a salvo de las burlas, ni tampoco la señorita Eulalia, que vino enfadada para que terminara de una vez pero acabó sonriéndome dulcemente, conmovida al saberse destinataria de mi declaración, mientras mis mejillas ardían de vergüenza.

Albert Rossell
100 silencios

Tengo cien palabras, todas tristes: Te echo de menos. Me haces falta,
sabía calmar tu dolor pero el mío me resulta insoportable. Dónde se ha
ido tu paciencia, tolerancia, tu conformidad, todo lo que nos
proyectaste a lo largo de tu vida. Papi no sé vivir sin ti, no tenías que
haberte ido, te quiero. te quiero te quiero te quiero te quiero te quiero
te quiero te quiero te quiero te quiero te quiero te quiero te quiero te
quiero te quiero te quiero te quiero te quiero te quiero te quiero te
quiero te quiero te querré siempre.

gelines.
Holofernes

Ya en mi infancia, Holofernes borraba el rastro de mis travesuras. Limpiaba las manchas de refrescos derramados, substituía los jarrones hechos añicos, inventaba explicaciones convincentes cuando desaparecían animales. Ha sido un criado conmovedoramente leal conmigo, incluso al hacerme adulto, disimulando siempre mis pequeñas faltas. Sin embargo, últimamente Holofernes ya no ve bien, rompe los jarrones y trastabilla despistado por la casa derramando el café y los licores. Ayer mismo lo descubrí cavando en el bosque con ojos confundidos, y eso sí que no. Me da lástima, pero debo ser sensato y buscarle un hueco entre las raíces de los árboles.

Albert Rossell
Elektra

Con pluscuamperfecto deseo, al fin te miro toda, después de haber sentido tu
olor, tu tacto, después de haberte oído y saber a qué sabes, te contemplo;
tengo mis ojos tan hechos a tu imagen que te haces de coral cuando el mar
miro y cuando miro al cielo toda tú eres estrellas, con qué avaricia miro tu
paisaje.

Si alguna vez supieras de verdad como te veo, te llenarías de miedo, de
vergüenza y de orgullo. Si alguna vez supieras de verdad como te miro, te
quedarías paralizada delante de mis ojos por los siglos de los siglos.

José María Puerta
MU-TO

Este alma nómada no entiende de sedentarismo, mi espíritu se moriría si
tuviese que estar quieto. Desde mi juventud tuve la vida en una maleta, todo
lo que llevaría conmigo cabe en un solo bulto, mi única posesión
irrenunciable son mis sueños y yo mismo. Aun así alguna vez, en medio de la
mas terrible de las tormentas del alma, yo también he envidiado a los que
tienen un universo estable, a los que aman sus casas y sus cosas, lo
bastante para no moverse, pero... "what it has to come, it comes" parece muy
simple, no obstante es así.

José María Puerta

18.7.02

Effleurage

Pulgar sobre pulgar mis dedos extendidos descienden por su espalda flanqueando la columna vertebral. Un espejo refleja el movimiento mimético de ambas manos. Las caricias se detienen junto al coxis. Arrastro los nudillos por el exterior de sus nalgas tanteando con detalle el trazado voluptuoso de su redondez. Al terminar separo levemente sus piernas. No. Ha sido ella. Los músculos le flaquean cuando la elevo sobre sus rodillas. Reposa la frente en la almohada. El tiempo se interroga por la semejanza de los instantes sucedidos. Espera. Intuyo un jadeo sordo. Hay un silencio demasiado hermoso para quebrarlo con un embate.

Angel Andrés Frigols

15.7.02

Círculo de lectores

Coincide con él en el metro cada día. Le gusta, pero no se atreve a hablarle. Él siempre lee. Nunca la ve. Para sentirse más cerca, ella compra los mismos libros y los lee en su casa. Procura ir al mismo ritmo, cree que ese sincronismo la une a él.

Cuando instaló el telescopio pensaba en alguna vecina despampanante. Sin embargo, encontró una mujer sensible que leía a diario. Un día descubrió que leía los mismos libros, que había un alma gemela al otro lado de la calle. Pero no puede presentarse en su casa y explicarle que lo sabe.

Albert Rossell
Arañas y galio

Quizá fuera por la arañita que pasó a mis pies, débilmente iluminada por el resplandor de la pantalla. O tal vez fuera más bien el galio que me habían inyectado aquella mañana, para una prueba médica. Apenas empezó la película, adiviné que también yo iba a transformarme. Spiderman me cayó muy bien desde el principio. Su modestia. Su sencillez. Su curiosidad natural por lo verdaderamente importante. Pero su amiga, en cambio, me predispuso contra él. Esas poses afectadas. Sus frases vacías, cursis. ¡Qué terrible mal gusto el del superhéroe! Cuando comenzó mi metamorfosis, ya había decidido ser el duende verde.

Albert Rossell

9.7.02

De piedra

Sabía perfectamente que en aquel mundo predominaba la piedra. No había, por tanto, colchones o almohadones donde dormir, ni se trabajaba el mimbre para disponer de cómodas sillas o taburetes. Conseguir comida era difícil, por la precariedad de las herramientas agrícolas y los elevados riesgos de la caza. La medicina estaba reducida a unas pocas hierbas de escasos y dudosos resultados. Y los lujos como el agua caliente o el papel higiénico eran completamente desconocidos. Pero le agasajaron, le ofrecieron ser el rey. Y aunque el rey tenía la obligación de mantenerse célibe, aceptó la corona de piedra sin dudar.

Albert Rossell
¿Qué quieres ser de mayor?

Antoñito, por ejemplo, quería ser albañil, como su padre. Hasta se ofreció a trabajar en la casa que yo, futuro arquitecto, pensaba dibujar para mi abuela. Otros querían ser policía, bombero, futbolista; incluso algunos listos hablaban de ser jubilado, o millonario, o Franco. Pero Juan Manuel no. Sus ojos minúsculos parecían mirarnos como el faro del fin del mundo, jamás pronunciaba profesión alguna que resolviera el enigma. Decidimos que él no sería nada. Un día, al maestro le dio por preguntarnos a cada uno qué seríamos. Cuando le llegó el turno a Juan Manuel, sólo dijo: “Yo quiero ser mucho”.

Albert Rossell
Cuestión de aceras

Un día, a finales de los sesenta, mi abuela llegó a casa escandalizada. ¡Un club!, decía. ¡Aquí en el barrio! ¡Y de la acera de enfrente! Me extrañó. ¿Tanto enfado por un club? Yo también voy al Club de Ajedrez Torrenegra, aunque está en otra acera... Creí entenderla cuando leí el letrero del local: “Poupée”. ¡Qué difícil de pronunciar! ¡Claro que a la abuela no le gusta!...

Esta noche estuve por mi antiguo barrio. Mi abuela murió hace ya mucho. Nunca se acostumbró del todo al “Club Poupée”, que hoy seguía abierto, al igual que el Club de Ajedrez Torrenegra.

Albert Rossell
Strangers in the night

Era de noche y hacia frío, como no sabían a donde ir, le llevo junto al mar. Frente a una mesa ella le abrió su corazón y él le contó sus secretos. Moribunda la noche, el sol les encontró juntos y abrazados. Entonces todo se descontroló. La amistad se lanzó por una pendiente y al final, el miedo les detuvo justo al borde del abismo. Allí permanecieron, de pie. El tiempo le fue arrebatando la ilusión y la magia. Los que fueron dos trenes de mercancías corriendo hacia el choque por la misma vía, terminaron siendo extraños en la noche.

José María Puerta
Adicciones insuperables

Cierto día, meditando, cayó en la cuenta de que algunas adicciones podrían ser prácticamente insuperables. En efecto, si bien la voluntad y la disciplina permiten un blindaje suficiente contra cualquier substancia psicoactiva, o contra el sexo incluso, por contra son posibles actividades de las que casi nadie se escapa del todo, como por ejemplo respirar, dormir, comer, comunicarse, o amar, y algunas de estas actividades admiten situaciones de perjuicio grave para quien abusa de su práctica. Después de este lúcido razonamiento, Dios decidió experimentar creando un universo nuevo, con un planeta adecuado para albergar a sus cobayas. Lo llamó Tierra.
Competencia profesional

Ayer llamó a la puerta de mi casa un desconocido muy dinámico, casi nervioso, pero muy educado. Se presentó como “experto en vivir”. Me hizo rellenar un cuestionario, lo procesó con su portátil y me proporcionó una relación completa de mis datos y mis problemas. Todo estaba ahí: el trabajo, mi mujer, los niños... Al indicarle que me interesaban más las soluciones que los problemas, me explicó que esto solía tratarse en una segunda fase, y entonces dudé de su competencia. Pero en seguida recobré la confianza, pues me reclamó sus honorarios por la primera fase que acabábamos de cerrar.

Albert Rossell
Memoria operativa

Conozco perfectamente las letras del alfabeto, puedo recitar sus nombres en el orden correcto. Y lo mismo me sucede con las diecinueve preposiciones que aprendí de niño. Sin embargo, soy incapaz de recordar cuál de mis maestros me las enseñó, ni en qué curso o aula, y en cuanto al alfabeto tengo que conformarme con una imagen muy borrosa de una pelota amarilla, salpicada de letras negras, y de la presencia de mi padre, cerca de una fuente, esperando a mamá. Para colmo, me acuerdo con todo detalle de una incompetente profesora de la universidad que nunca consiguió enseñarme nada.

Albert Rossell

3.7.02

Fidelidad conyugal

Paso cada día más minutos ante el retrato de familia. Cuando nos lo hicimos quedamos todos muy bien, estábamos orgullosos. Pero aquí, sobre el televisor... Anda que las ocurrencias de mi marido (“¡Aquí, aquí, mujer, que lo vea todo el mundo!”)... No sé qué hacer. Al principio lo cambié de sitio algunas veces, a ver si no decía nada. Pero él siempre se indignaba y lo devolvía “a su lugar”. Ahora dudo. Desde que murió, hace dos años, quitarlo del televisor me parecería ruin, una traición, como matarlo definitivamente... No, no puedo aún. ¡Pero es que ahí encima queda horrible!

Albert Rossell

29.6.02

Limousines y ketchup

Se había acostumbrado a los muebles caros, a las buenas comidas y a las formas rotundas de las rubias despampanantes que le rodeaban. Le gustaba la actitud servil del enjambre de pelotas que pululaba a su alrededor, y alternar la limousine negra de hoy con la blanca de mañana. Así viven los reyes del hampa. Pero el calendario se cumplió inexorablemente. El voluntarioso rodaje terminó justo el día previsto y se encontró de nuevo al lado del teléfono comiendo patatas con ketchup, esperando otra llamada, sin saber siquiera si la película se iba a estrenar, ni cuántos alquileres debía ya.

Albert Rossell
Chorros de agua

Probablemente no irán de vacaciones este verano, viven lejos del mar y no hay cerca ninguna piscina municipal. Pero hace calor, y se aburren. Por eso cada tarde se van al centro comercial a jugar con los chorros de agua que emergen del suelo. Un grupo de niños invade el espacio que alguien diseñó con intención artística. Algunos con chancletas, otros descalzos, la mayoría con monokinis que quizá usaron antes sus hermanos mayores, varios simplemente desnudos. Pasan corriendo alocados sobre los chorros, los taponan con los pies, chillan, juegan con el agua. Y yo en la oficina, mirando el reloj.

Albert Rossell
Malabarista positivo

Pone el sombrero boca arriba en el suelo y empieza a hacer que floten en el aire las bolas de colores. Aunque está cansado y hace frío, sonríe. Se muestra inmune a los comentarios soeces con que los gamberros ocasionales se refieren a su material de trabajo. Y agradece con gestos profesionales pero de apariencia espontánea los tintineos de las pocas monedas que, poco a poco, van llenando el sombrero. Pero sobre todo sonríe, sigue sonriendo todo el tiempo, inmensamente feliz. Esta tarde, antes de salir a la calle, ha empezado a salirle una figura nueva, con una bola más.

Albert Rossell

27.6.02

Un último esfuerzo

Es viernes. Bajo el porche, al amparo del sol inclemente del Congo, la directora de la escuela habla con una alumna adolescente. La conmina a estudiar cada día si quiere aprobar el examen de estado. Y le recuerda que el presupuesto de su ONG no cubre las tasas de dicho examen, éstas corren por su cuenta y si no se apura no podrá presentarse. La alumna le responde que no se preocupe, el próximo lunes traerá el dinero. La directora sabe que aquel fin de semana su alumna, como tantas otras, se prostituirá. Como las otras veces, asiente en silencio...

Albert Rossell

26.6.02

Cerveza y comida de lujo

Muchas veces había pasado llamadas a los de cocina fuera de horario. A menudo llamaban a casa o a la novia cuando el suboficial no estaba, y yo no me chivaba. Me agradecían que fuera un telefonista condescendiente, pero no sabían cómo demostrármelo porque a mí no me gusta la cerveza, lo único que podían pasarme a escondidas. Un día el cocinero llamó a la centralita, me dijo que el gastador de servicio me haría llegar la bandeja de comida que supervisaba directamente el coronel, la mejor del acuartelamiento. Tras unos minutos llegó la bandeja. En la ensalada había bichitos.

Albert Rossell
El precio justo

A Guillermo le compraban todos los cromos que quería. A mí no, pero aprovechando al máximo mis ahorros, las ayuditas de mi abuela, y mi habilidad para el “tengui, falti”, iba completando poco a poco la colección. En el recreo Guillermo sacó un mazo de más de ochocientos “repes”. Sonrió al ver que yo sólo tenía diecinueve. Y se burló con descaro cuando se los cambié todos por el ciento tres. Impasible, guardé el cromo todo el día entre las páginas de un libro. Ya en casa lo pegué muy cuidadosamente. Me dormí con el álbum completo en las manos.

Albert Rossell
Negocios en los cielos

Se había abierto paso en la vida a empujones. Se jactaba de que, engañando a Dios y a su madre que está en los cielos, había llegado muy alto en el sector de la construcción. Dirigía sus negocios desde un rascacielos y decía que jugar al monopoly era de gilipuertas, que él ya tenía su cadena de hoteles de verdad. Murió repentinamente al derrumbarse la sede central de su holding. Al parecer, los materiales de construcción eran defectuosos. Días después, en un acto de homenaje, su viuda proclamó que ese hombre valía su peso en oro. Lo había mandado incinerar.

Albert Rossell

25.6.02

Bicicletas (I. Mis padres)

Yo no tenía bici porque mis padres decían que podía hacerme daño y que no era formativo, pero descubrí que mis amigos guardaban las suyas en un aparcamiento subterráneo. Desde entonces, aunque casi siempre tuviera que seguir corriendo y sudando tras ellos, tenía a mi favor la hora de la siesta. Aprovechaba ese tiempo de sueño y silencio para colarme en el aparcamiento y practicar. Nunca me pillaron, ni siquiera cuando me caí y rompí un faro. Un día, un amigo me prestó su bici delante de mis padres. Se maravillaron de que su niño gordo y torpe supiera montar.

Albert Rossell
Bicicletas (II. Mi abuelo)

Mi abuelo era bastante peculiar, muy impulsivo. Cuando se enteró de que su nieto se sostenía sobre dos ruedas, salió disparado con su coche, un viejo dos caballos de segunda mano pintado de purpurina plateada. Volvió antes de una hora con una bicicleta inimaginable, de un color gris tan parecido al cemento como todo su aspecto, incluyendo el peso. Nunca supe de dónde la sacó. En su inconsciencia, no se daba cuenta de la tesitura en que ponía a mis padres. Por fortuna, éstos transigieron. Y yo corrí a enseñarles mi nueva bicicleta a mis amigos, sin importarme sus burlas.

Albert Rossell
Cañas

Me iba a buscarlas cerca del río. Las cortaba primero longitudinalmente, después las seccionaba. Luego las esparcía por el suelo del cobertizo y trabajaba con los papeles finos de envolver, conseguidos con paciencia. Yo también tenía mis cometas. No tan resistentes ni tan bonitas, pero también volaban. Aquel día mi padre le enseñó el cobertizo a una mujer. Llevaba un abrigo de pieles. Se lamentó del olor a cola. Examinaron cada rincón. Pisotearon inadvertidamente todas mis cañas... Quería gritarles, reprenderlos, pero una opresión en el pecho me lo impidió. Aquel día no cené. Había descubierto que yo no me gustaba.

Albert Rossell

22.6.02

Castigo divino

Mi padre no se había arrodillado en la iglesia. Quizá Dios le castigaría por su pecado, aunque Dios sabía, seguramente, que mi padre no podía arrodillarse desde el accidente en el tranvía. La monja no venía y seguíamos esperando, sentados en el pequeño muro del patio de la clínica donde hacía la rehabilitación. Entonces oí a mi espalda aquel ruido atronador y agudo. Durante unos instantes, sólo sentí el sobresalto. Pensé que Dios venía a por mi padre, pero él se reía a carcajadas. “¿Ya no te acordabas del tren, eh?” –me dijo–. Aún hoy no soporto los silbatos.

Albert Rossell
La pandilla de Joaquín

Los de la pandilla de Joaquín eran un poco raros, a veces le daban miedo. Pero Bernabé quería ser su amigo porque tenían una cabaña en un árbol. Un día le dijeron que podía ir. Cuando llegó no había nadie, así que decidió trepar y esperar en la cabaña. Allí abrió un baúl en el que halló siete cajitas etiquetadas. Sólo la última estaba vacía. Oyó que llegaban los otros mientras iba leyendo las etiquetas y comprobando el contenido: pata de conejo, cola de lagarto, alas de mosca, pico de jilguero, cabeza de sapo, cola de perro, oreja de Bernabé.

Albert Rossell
El demonio rojo

Era el demonio. Pero nadie parecía darse cuenta porque, aunque la tienda estaba muy llena, todos miraban a la señora Remedios, que despachaba con parsimonia detrás del mostrador. Yo, en cambio, harto de recordarle a mamá que me estaba aburriendo, cansado de tirar de su falda sin resultado, miraba a todas partes. Así descubrí al demonio, agazapado tras unas cajas. Roja la cara, espeluznantes los cuernos, bajito. De repente se fijó en mí y lanzó un aullido que me dejó desprotegido, solo. Por suerte, en lugar de atacarme desapareció de forma inesperada en la trastienda. Soñé con él muchas veces.

Albert Rossell
El asesino

Los bailes de máscaras eran perfectos. Y también los grupos numerosos, había sido muy fácil introducirse en el círculo. Llevaba toda la semana practicando con el cuchillo, enfundado en el disfraz de Dark Vader. Le encantaba la espada luminosa, pero el arma real la llevaría oculta bajo la capa. Elegir la víctima sería lo más excitante. Llamó a la puerta y un mayordomo lo hizo pasar a un salón desierto y en penumbra. Allí esperó, incomodado, algunos minutos. Entonces entraron los demás. Llevaban todos idéntico disfraz. La misma capa negra, la misma máscara de la muerte. Y la misma guadaña.

Albert Rossell
Catálogo sacrílego

Sentí remordimientos después de fornicar con aquella mujer caritativa en el callejón. Pero ella me explicó que venía de parte de Dios y que toda la tierra que sobresale del mar es en verdad el Arca de Noé... Noé nunca desembarcó. Ahora su familia ha crecido demasiado y hay que podarla. Me mostró el catálogo, estructurado en secciones: ateos, infieles, impúdicos, irrespetuosos... Mas había tantos que yo no sabía por quién empezar. Me dijo que encontraría la lista en su vientre. Por eso lo abrí, pero entonces Lucifer envió luces y trompetas. Deberé buscar en otro vientre los nombres sacrílegos.

Albert Rossell
Ratón de luz

Cansado de estudiar, observé el pequeño resplandor que mi reloj proyectaba en la pared. Empecé a moverlo. Primero la muñeca, luego la mano, al final el brazo entero. El ratoncillo luminoso se desplazaba como loco en todas direcciones. Se movía muy rápido. Demasiado. Sospeché que su itinerario no se correspondía del todo con mis gestos. Poco a poco, comprobé que así era. Al llegar a ese convencimiento me quedé helado, noté que el pelo se me erizaba en la nuca. Busqué un asidero racional. Quizá no había tenido en cuenta el espejo a mi espalda. Me volví. Estaba completamente negro.

Albert Rosell

20.6.02

Las máscaras

Una noche oí unos ruidos muy misteriosos que venían del comedor.
Fui rápidamente hacia allí y vi cuatro máscaras pequeñas de color negro y con caras bonitas y alegres flotando en el aire perseguidas por una gran máscara también negra pero con una cara horrible y triste.
Al momento salí corriendo a toda velocidad por el pasillo.
Corrí y corrí con todas mis fuerzas.
Después vi las cuatro máscaras pequeñas avanzándome.
Luego la gran máscara me golpeó con fuerza en el hombro y dijo:
-TÚ PARAS.
Entonces empecé a reir con ganas.
Desde entonces cada noche jugamos los seis juntos.

Sergi Cebrián

17.6.02

Caducidad

No. No me parece un dechado de perfección la recombinación genética, ni la existencia de células haploides y diploides. Se trata únicamente de un juego de azar desmesurado. No confío en que una parte de nosotros siga viva en nuestros eventuales hijos. Es justamente al revés. Nosotros no somos sino el envoltorio, los esclavos, de unos genes que constituyen lo único que realmente está vivo, lo único que se reproduce con aceptable fidelidad. Mientras estos ludópatas impenitentes perduran, nosotros jugamos a ser importantes y trascendentes sin querer admitir nuestra evidente caducidad. Y todo porque sólo nos tenemos a nosotros mismos.

Albert Rossell

15.6.02

Asociaciones

Procuro exprimir mi mente para encontrar cada día ideas más sugerentes, exponerlas de la forma más cautivadora, hallar palabras más precisas y connotaciones más sutiles, y descubrir asociaciones no estrictamente racionales ricas en significados ocultos. A veces ensayo también el método inverso, abro mi espíritu al todo sin forzar mis pensamientos, espero que caiga del cielo el maná intelectual y emocional. Pero en esta mi andadura hacia el infinito existe una carencia que no puedo compensar incrementando mi escasa erudición, ni rebuscando en mi interior, ni esperando siempre lluvias que no llegan. Sencillamente, yo no me llamo Jorge Luis Borges.

Albert Rossell
La muesca

El anillo tenía una muesca. Fue una lástima, porque Sergio era lo bastante guapo y bueno como para enamorarla, y lo bastante canalla como para seducirla durante mucho tiempo. Pero estaba la muesca. La vio apenas abrió el estuche, entregado con un leve temblor en las manos. Desafiante. Insultante. Y parecía aumentar de tamaño cuanto más se fijaba en ella. A pesar de la fineza del diseño, y de la distinción del brillo, y aunque él se lo había regalado con húmeda ilusión en la mirada, el anillo estaba mellado. Tarado. Como las otras veces. No podía casarse con Sergio.

Albert Rossell
Sueños perfectos

Tengo un amigo cuyo sueño sería poder pasearse solo, vestido con un traje completamente blanco, al igual que los zapatos, el sombrero de copa y el bastón, por una reluciente mansión de su propiedad en el centro de cuyo centelleante salón central presidiría la vida un piano de cola inmaculado, de una albura superior a la pureza misma.

Mi sueño, en cambio, se parecería más a comerme una manzana en público, a mordiscos, ruidosamente, disfrutando hasta de los dos hilos jugosos que serpentearían desde las comisuras de mis labios. Y que a nadie le importase.

Con todo, somos excelentes amigos.

Albert Rossell
Ando perdido

Ando perdido y en la búsqueda a veces encuentro a quienes me guian hacía mi.
Unas veces estos encuentros me dejan al limite de mis energias, más cuando estoy con ellos no veo la manera de seguir mi camino errático. Mi sino es el continuo movimiento en la búsqueda de alguién que aún no conozco y que mucho me temo aún me queda mucho por buscar.
En fin.... unos se pierden entre las fauces de un televisor o se difuminan en un partido de futbol.... otros por mucho que buscamos no encontramos (de momento) nuestro lugar. Dulce amargura, ¿me encontraré algún día?.

Rob-TM

12.6.02

Decisiones

Mi padre, tan joven y bueno, como todos sus amigos siempre repetían, había muerto entre otras cosas porque, cansado ya de tanta y tan absurda tontería, lo había decidido, sabiendo que no habría marcha atrás, puesto que nada tenía sentido si no tenía su siempre ansiada libertad y, por eso, por eso, y puesto que nada tenía sentido si no tenía mi siempre ansiada libertad, sabiendo que no habría marcha atrás, lo había decidido, de tanta y tan absurda tontería ya cansado, porque entre otras cosas había muerto, como todos mis amigos siempre repetían, tan joven y bueno, mi padre.

José David Flores

11.6.02

Para que nada cambie

Lo comprobó una vez más, desesperado. De nuevo, el círculo medía trescientos cincuenta y cuatro grados en lugar de trescientos sesenta. El censor supremo estaría al caer, y esa anomalía, la pérdida de un grado de cada sesenta, podía costarle la expulsión de la Perfecta Amalgama Euclídea. Entonces se le ocurrió. Por primera vez entendió el sentido del extraño instrumento que su padre, sumo geómetra del Círculo, le había entregado antes de expirar. Lo verificó, y sí, los grados del artefacto albergaban sesenta y un minutos, no sesenta. Con él, los círculos volvían a medir trescientos sesenta grados. Estaba salvado.

Albert Rossell
Sincronismo perverso

Mi vecina es de una puntualidad germánica. Cada día, entre las ocho y las ocho y cinco, exhibe a través de la ventana de la cocina sus carnes abundantes, deliciosas. Lo descubrí tras una gripe intestinal; tuve una diarrea tan aguda que, después, no evacué durante varios días. Luego mi ritmo volvió a la normalidad, y cada día a las ocho los retortijones, como un reloj suizo, me conducen inexorablemente al mismo lugar, desde donde no puedo verla. Procuro ir deprisa, pero con los nervios no hay manera. Tengo que conformarme imaginándola mientras mi esfínter se resiste a la dilatación.

Albert Rossell

4.6.02

El único

No comprendió nada cuando se la llevaron. Aún no sabe cómo soportó, en aquel cuartucho hediondo, el desfile interminable de uniformes. El último soldado escrutó, con deseo largamente acumulado, su cuerpo desnudado con urgencias brutales. Y se conformó con que le masturbara. Ella, aunque vagamente conmovida por su compasión, no tuvo ánimos para agradecérsela; tal vez más adelante... Pero hoy, después de sobrevivir inexplicablemente a aquel horror, le considera un cerdo como los demás que no quiso mezclar sus fluidos con los de otros. De hecho, es el único cuya cara recuerda y al que quizás un día pueda delatar.

Albert Rossell
¿Qué se dice?

Ante la mirada aprobadora de mi abuela, cogí la chocolatina de la señora Anita. La desenvolví. La introduje de golpe en mi boca. Y ahí comenzó mi apuro, porque la abuela empezó a insistir: “¿Qué se dice? ¿Qué se dice?”, pero yo no lo recordaba. Y mientras trataba de hallar un espacio para la palabra en mi boca rellena de chocolate, deambulé desesperado por los corredores grises de mi memoria, buscando la respuesta en algún recoveco. Finalmente encontré algo... ¡”Buen provecho!”, dije, advirtiendo al instante mi error. Sin embargo, la risa de ambas mujeres delató que se sentían suficientemente gratificadas.

Albert Rossell
La alarma

A veces me aburro. Viajo sin rumbo en el metro, dejo pasar el tiempo. Los otros pasajeros, en cambio, consultan su reloj, jadean ansiosos. Entonces pienso en tirar de la alarma. Imagino el frenazo, las maldiciones, la espera en el túnel, el enojo de todos estos impacientes. No lo hago, claro, sólo lo imagino... Aunque me duele que no reconozcan mi contención, mi deferencia para con ellos. En ocasiones acerco la mano a la alarma, después la alejo, y observo cómo me miran. Parecen molestos, reprobadores, nadie me lo agradece. Tal vez debería mostrarles qué les ocurre a los ingratos...

Albert Rossell
Vivo

Intento abrir los ojos pero no puedo. Escucho las voces de los que me quieren y noto como las lagrimas llueven sobre mi cara. Quiero llorar, quiero gritar, pero mi lengua se escabulle por el camino incorrecto. Noto la brisa y ese olor que solo pueden venir del mar. Se que si lo toco, si lo siento todo volverá a ser como antes. Mis piernas no se mueven, los brazos me rechazan. No estoy dormido, aún sigo despierto. Pensé que así era la muerte, pero yo todavía estoy vivo. Y es que este no es el final, es mi principio.

Eli H.G.

30.5.02

Por mí

Desde esta mañana me siento raro. Desperté más pronto que de costumbre -la casa estaba en silencio- y fui a ver qué hacían mis papás. Les observé por la rendija de la puerta, sentados en la cama y hablando en susurros, seguramente para no despertarme. Papá decía que él tampoco estaba cómodo, que todo era una mierda. Y mamá lloraba de un modo extraño, sin hacer ruido. Luego dijo que lo tenían que hacer por Mario, hasta que fuera un poco mayor... No sé qué tienen que hacer por mí, pero no me gustó que me nombrase en aquel momento.

Albert Rossell
Ingratitud

¿Adónde se habrá largado? Él la sacó de aquel ambiente de mierda, le compró ropa para que estuviera más maciza, hasta se casó con ella. Le enseñó a comportarse, a satisfacerle en la cama como debía, a no sonreír con descaro. Ayer mismo, en el bar se le cachondearon de cómo sonríe al Manu. Tuvo que cabrearse. ¡Mira que es! Vale, igual se pasó un poco porque se había tomado un par de coñacs. ¿Pero quién fue a la farmacia a por vendas y cremas, eh? ¿No estuvo cariñoso después? Y ahora esta nota absurda, que no aguanta más... ¡Ingrata!

Albert Rossell
Paco ojos azules

Hoy no saldrá a la calle. Toda la vida imitándolo. Oxigenándose el pelo para ser tan rubio como él. Aprendiendo a hablar con su tono, su volumen, sus cadencias e inflexiones. Horas al espejo para andar igual, para ser sobrio de gestos, para dirigir a las mujeres esa mirada entre pícara y burlona. Todos en el barrio le dicen que es el Paul Newman español, le invitan a carajillos. Pero ayer entró en ese cine nuevo, y resultó que había que leer las frases en la pantalla porque Paul Newman hablaba en inglés. No, hoy no saldrá a la calle.

Albert Rossell
Peligros

He viajado a tantos lugares y he conocido a tantos humanos tan distintos que, forzosamente, he tenido que aprender a defenderme. Algunos pretenden engañarte, estafarte. Otros tratan de sustraer alguna de tus pertenencias, a menudo las más queridas. Otros te agreden físicamente, te roban sin contemplaciones, te secuestran, te matarían sin remordimientos. Los hay, incluso, que te torturarían por puro placer, si no pudieras eludirlos. Pero hay personas que son, sin duda, extraordinariamente peligrosas, porque conocen el peor de los secretos: saben enfermarte de tristeza, y contra este arma no hay defensa ni escudo posible, porque te ataca desde dentro.

Albert Rossell
Ozikse

El Dr. Ozikse ha conseguido que, sin dejar de ser el gris oficinista, el responsable padre de familia y solícito esposo, yo sea también al mismo tiempo un músico bohemio, soltero y promiscuo, que sobrevive con las monedas de los transeúntes. Me hizo nacer de nuevo y crecer aceleradamente. Ahora soy dos. Mi conciencia puede reposar en ambos. Cuando me abruma el trabajo, mis hijos, o mi mujer, vuelo hacia la calle; pregono, inspirado, mi música. Pero cuando me acosan la lluvia, el frío, el hambre o la soledad, regreso a la oficina o a mi hogar. Se lo recomiendo.

Albert Rossell
La chica dorada

Llamaron a la puerta a eso de las diez de la mañana de un sábado soleado. Estaba solo. Acerqué una silla y me subí para ver por la mirilla. Mi madre siempre me advertía que preguntara quién es, que no abriera a desconocidos. Pero me atraían demasiado los ojos melancólicos, ojerosos, la piel pálida, el aspecto desamparado de la chica que vi al otro lado. A través de alguna ventana en la escalera, la luz la iluminaba como una aparición dorada. La reconocí al instante. Bajé de la silla y abrí la puerta sin precaución. “Buenos días, Tristeza”, le dije.

Albert Rossell
Bruja

Las chismosas decían que se alimentaba de la vida de otros, que gracias a la magia negra absorbía lentamente el alma de los niños. A veces estas habladurías también pesaban en mi ánimo, me atemorizaban, como cuando oí aquellos pasos de hombre detrás de las cortinas de su comedor, pero miré y sólo vi al gato, o cuando creí escuchar aquellos extraños llantos infantiles tras la puerta del cuarto clausurado... En ocasiones, después de merendar me quedaba dormido sin darme cuenta, y al despertar, muy cansado, ella estaba siempre muy cerca, como respirándome... Fueron los mejores momentos de mi adolescencia.

Albert Rossell
Negativo

Esta mujer sudorosa, bigotuda, taladrándome. Y la pareja del rincón, tan acaramelados... ¡Estamos en una sala de espera, por Dios! ¡Somos enfermos!... No puedo pensar, ni leer. Mi estómago se hincha, quiere reventar. Y el médico lleva horas con ese estúpido que entró sonriendo como si fuera lo mismo estar vivo que muerto. Me siento morir... ¡Por fin! Todo mi cuerpo palpita mientras el médico examina los resultados del análisis. Todo negativo, no tiene usted nada, dice. De repente una libertad inconcebible, no peso, no siento, y casi no soy. Pero entonces, inexplicablemente, rompo a llorar. Como un recién nacido.

Albert Rossell