31.10.02

Intimidad

Nunca he resistido la visión de la sangre, me mareo ante su rojez viscosa y me basta con anticiparme a ese mareo para tambalearme, pero cuando la madre del Gregorio se cortó en la cocina, justo después que él saliera a por el pan, y me llamó para que sostuviera su mano entre las mías, cuidando de que la herida quedara bien abierta para que ella pudiera limpiarla y desinfectarla, no vi ni la sangre ni la carne escindida, no vi nada, sólo sentí su intimidad perfumada y por desgracia breve de la que –lo sabía– jamás volvería a gozar.

Albert Rossell

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