25.8.04

Malpagado

Desde pequeño supo que era tonto. Su padre se hartó de decírselo, día tras día. Después de años de intentar disimularlo decidió entregarse, aceptar y vivir su circunstancia. Empezó a encontrar cantidades industriales de cretinos de todas clases y profesiones cuya condición reconocía con sólo mirarlos y con los que hacía causa común, a veces de forma un poco intempestiva, acercándose y espetándoles:

- Yo, también.

- Usted también ¿qué?

- Yo también soy un cretino

Coincidió en un evento con un ex-presidente del gobierno a quien mostró su solidaridad, según costumbre. Sin comprender la magnanimidad de su gesto le metieron en prisión.



Luis M. Cereceda Babé

San Juan mon amour


Debí saber que mi tiempo, atado a los felices autoengaños del siglo xx tardío, estaba en sus últimas piruetas, traspasado de alcobas, bares y calles, su canto de cisne, su Wounded Knee, cuando sacó la acordonada ristra de condones en celofán de su mesa de noche, y sus ojos, cual epitafios brillosos, decían, con la más estudiada indiferencia, transpórtame a otro lugar, y yo sin saber ni cómo había arribado a su cama inicié mi acostumbrado repertorio sin aparente efecto hasta que me alzó por los sobacos y me depósito al lado, se acomodó la sábana y apagó la luz.

© j. a. morales
Perdicitas en escabeche.

En Mayo acontecía el escabeche. Era de perdices. Lo hacía doña Melisa Funes viuda de Peña.
Ella era como un novillo de lomo ancho y nalgas escabrosas.
Las infelices perdicitas llegaban sin esvicerar. Con la velocidad del rayo, doña Melisa las
desplumaba, luego les retorcía el cogote hasta separarlo del cuerpo. Para abrirlas les hincaba
un cuchillito afilado por el culo. Luego, con precisión de cirujano la viuda de Peña,
las descuartizaba y las preparaba para la cocción.
Doña Melisa pudo haber hecho lo mismo con Peña, pero eso no tiene importancia.
Al mes, las perdicitas en escabeche estaban deliciosas.

Ricardo Braun
El Girlan

Los mendigos, como se sabe, no viven en casas o apartamentos. Son genios que pernoctan entre botellas y harapos.En la ciudad del Signo vivía el Girlan. Era un mendigo especializado en el poder de la palabra vacía. Atajaba a los transeúntes con una sola mano.La gente lo miraba asombrada y esperaba tensa, lo que seguiría después. El silencio que sostenía el Girlan multiplicaba su poder. En el instante que correspondía explicaba: - no pido nada para mi...(pausa)... sino para usted.
A la gente le era inxplicable la paradoja del Girlan, pero por las dudas le tiraba una monedita.


Ricardo Braun