21.10.02

La excusa perfecta

La pelota abandonada, justo delante del chalet donde acababa de verla en la terraza con aquel bañador rojo enloquecedor. La excusa perfecta. Llamé. Tardó en abrir, se había puesto una bata azul. La pelota, efectivamente, era de sus hijos; me agradeció mi amabilidad. Era una mujer deliciosa, insinuante, pero yo no sabía cómo intentar algo. Entonces ella tomó la iniciativa; me hizo entrar y aguardar mientras desaparecía pasillo adentro. La imaginé llamándome desde el interior, quizá ya sin bata, tal vez incluso sin bañador. Pero volvió, con la bata puesta, y, pellizcándome la mejilla, me alcanzó una bolsita de sugus.

Albert Rossell

No hay comentarios: