28.12.02

Cielo e infierno

Apenas había muerto, me encontraba subiendo unas escaleras de extensión incalculable. A lo mejor iba a tener una cita con San Pedro, así que el esfuerzo no me resultaba cansador. Tras cumplir la caminata, me presenté ante el santo, quien me hizo unas pocas preguntas a boca de jarro y concluyó que allí no era mi lugar. ¡Vete!
Debería haberme rebelado, pero, en efecto, qué tenía de provechoso para probar las buenas obras que me darían el codiciado pasaporte de acceso al otro jardín.
Penoso me fue volver y ahora ya no creo en la engañosa ley de la gravedad.

Billy Parakaló

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