28.11.02

Tempestad de muerte

Sus gemidos cadenciosos parecen perderse entre la lluvia. Avanzo aferrando con fuerza un paraguas sin abrir. A medida que mi ritmo se acelera, la tormenta parece derramarse sobre mi cuerpo mojado con más y más virulencia. Me odia, lo sé. Él también, pero agoniza y no tiene salida: pronto perecerá. Distingo su figura borrosa en mitad de la plaza. Ríos minúsculos se desbordan con fiereza de entre las baldosas beige, desgarrando mis zapatos y devorando mis pies. La tempestad me consume, como un hijo hambriento a su padre desvalido. Y, allí, yaciendo en el suelo, yo instantes después de ahogarme.

Jaime Munuera Bermejo

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