12.12.08

Síncopes

Eusebio, el señor Eusebio, llegaba cada día a las nueve menos un minuto. Siempre a la misma hora le veía empujando pesadamente la puerta al entrar al Hogar del Jubilado. Solo un día llegó unos minutos tarde: cuando murió su mujer Jacinta, la señora Jacinta, huraña o cariñosa, ausente o tarambana, relamida y sincera.
Cada mañana, Eusebio, al pasar delante de mi garita de secretaría, sin parar de caminar me comentaba puntualmente cualquier observación: “Llueve a cántaros. Gran regalo”, o “Qué calor. Se está en la sombra que ni pintao”.
Ayer también llegó un poco tarde: Jacinto, su gato.

Andreu Blanchar