24.10.02

Piedad

Acababa de escaparse de casa, sus padres no comprendían su pasión por el ajedrez. Me lo explicó después de haberle ganado con facilidad en un modesto torneo juvenil. Yo jugaba mal, pero era consciente de mis limitaciones. Él tenía aún menos talento, pero le sobraba ilusión.

Un año después volvimos a enfrentarnos. Vivía en la miseria; sin embargo, su juego había progresado. Cometí un error de apertura y quedé muy inferior. Lo lamenté, allí se disputaba algo más que un punto. Pero me clavé en la silla y conseguí remontar. Gané. Creo que tuvo suerte; no he vuelto a verle.

Albert Rossell

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