26.8.02

Ciencia para todos

... Y los “top ten” del año en el apartado de divulgación científica son:

“Autoconfianza (cómo superar el autoengaño)”
“Autoestima. Onanismo y autofelación. ¿Constituye incesto el onanismo?”
“Gigoló sostenible (gestión del overbooking)”
“Tu padre, ese desconocido”
“Incontinencia creativa y meteorismo recreativo”
“Indicios de conciencia en el intestino grueso”
“Positivación de la halitosis”
“Curación por huevos y propiedades psicoterapéuticas de los callos en relación con el cuerpo calloso”
“Tu médico, ¿un asesino en serie?”
“Diseño de trajes de baño. Penetración en el mercado nudista”

Además, presentamos las novedades “Botánica cuántica” y “Autoafirmación: el método del yo-yo” para la programación del 2003...

Albert Rossell
Luces allá arriba

No recuerda que estuvieran antes. Desde que llegaron ellos, con su ruido atronador y sus apariciones súbitas, impredecibles, algo muy profundo cambió en su vida. Con toda certeza es por su culpa que lo tienen retenido en este extraño lugar, que su lengua se ha vuelto rebelde y no quiere formular las preguntas que él piensa. Pero le cautivan sus lucecitas titilantes, y los surcos que agrietan el aire.

Una trabajadora social, de uniforme blanco, lo saca de la terraza y empuja la silla de ruedas hacia la sala de estar. “¿Qué tal, don Alberto? ¿Cuántos aviones han pasado hoy?”

Albert Rossell
El abuelo

El abuelo iba entristeciendo a medida que su mirada se abstraía en el vacío. No oía, aunque no padeciera sordera, ni atendía a las súplicas de que comiera..., y paulatinamente iba consumiéndose. María, su nieta, alguna vez conseguía que aquella mirada perdida visionara alguna forma, y entonces el abuelo sonreía. Pero un día al abuelo le comenzó a chirriar la sonrisa, y no pudo cerrar más la boca.
Días después el abuelo falleció, con un rostro completamente atípico. Su media cara norte, con los ojos tristes y hundidos, contrastaba con su media cara sur, que sonreía plácidamente a la muerte.

Ana Santolaria

22.8.02

Belleza contenida

Conduzco a ritmo lento por la autovía, de camino a mi oscuro trabajo en la ciudad. A ambos lados de la carretera hay perfiles grises, fábricas, almacenes, un hospital de hormigón, torres eléctricas en hilera, racimos de grúas, recortados todos contra una cálida atmósfera naranja. Ante mí, intermitentes, puentes por los que cruzan transeúntes a pie y algún ciclista, espectros a contraluz del sol madrugador. Al fondo, sin matices distinguibles, en constante penumbra, las montañas. Y entonces me digo que quizás, por fin, el día tendrá hoy la hermosura que prefiero, sin todo ese bullicio excesivo de colores del verano.

Albert Rossell

21.8.02

Otra visita al pasaje del terror

A Borja Mari le hacía superilu una atracción de la feria y le acompañé. Decía que salía un actor supermegabueno con una motosierra eléctrica que lo hacía igualito que el de una peli de Texas. Pero chica, aquello estaba oscuro y encima olía fatal, se notaba que no le pasaban el aspirador. Había hasta sangre por el parquet. Además, ése de Texas llevaba una careta de muy mal gusto, y un grosero decía palabrotas, y había un chiflado que saltaba por encima de una señora mayor minusválida. Te juro por Snoopy que paso de volver a salir con Borja Mari.

Albert Rossell
Pasaje del terror

Fui porque el Míchel se rayó con que en esa atracción de la feria se lo montaban que te cagas. Pero aquello no estaba normal, sangre por un tubo, la sierra y el tío con careta de la matanza de Texas tiraos por los suelos, y un hijoputa encima del sicópata rajándole con la shirla: “¡que no me vacilas delante de mi chorba, gilipollas!”. Y luego a mí: “¿A ti qué te pasa, pringao?”. Total, que salté por encima de la abuela de sicosis y me abrí cagando leches, no fuera a meterme el pincho pol culo aquel pedazo cabrón.

Albert Rossell

20.8.02

Montaña rusa

Sumido en el vértigo de descensos verticales y centrífugos, de sacudidas zigzagueantes, luchaba contra mi desconfianza natural hacia las atracciones de feria ambulante. Al fin, un frenazo muy brusco terminó con el viaje. Mientras aún esperábamos que un empleado algo andrajoso y mal afeitado liberase la barra protectora, una pantalla incrustada en un soporte metálico mostraba ya una foto: yo relativamente tranquilo, casi relajado, aunque sujetándome al vehículo con firmeza; mi hija agarrada a mi brazo con el histerismo impreso en su mueca; y, en el asiento de atrás, una chica sola. Me volví a mirarla, pero ya no estaba.

Albert Rossell

18.8.02

Zona residencial

Es mi afición preferida, la que ocupa casi exclusivamente mi tiempo libre. Cojo el coche y conduzco despacio por la zona residencial de mi ciudad, levantando mucho el cuello para poder ver por encima de las tapias. Chalets de mármol, tejados de pizarra, árboles esbeltos que ocultan piscinas siempre azules. Imagino cómo será mi vivienda cuando me instale por ese barrio, después de que algún milagro me enriquezca. A veces, alguien que ya me conoce de tanto circular por allí me mira con recelo. Quizás teme que sea peligroso, pero no, el único peligro es el sobreesfuerzo de mis cervicales.

Albert Rossell

14.8.02

Luces de la ciudad

Cuando construyeron aquel edificio, propiedad de una empresa de seguros, en los viejos y siempre oscuros pisos de enfrente amaneció un fulgor inesperado, porque ahora la moderna fachada acristalada les regalaba toda su luz, reflejándola desde el otro lado de la calle. Los vecinos, hasta entonces resignados a vivir de espaldas al sol, acogieron con alegría desatada esa nueva atmósfera clara que invadía sus penumbras. Eufórico, el pequeño de los Jumilla, del cuarto tercera, declaró que en adelante estudiaría muchísimo, para ser el director de la empresa de seguros y preservar para siempre de la quiebra aquel espejo mágico descomunal.

Albert Rossell

12.8.02

Hormigas y parábolas

Tengo un sueño recurrente. Al principio es sólo un bullicio en mis tripas, como si hubiera un hormiguero. Después, una recua de obreras obedientes surge de mi boca y sigue por el aire, sostenida por una estructura invisible que en algún momento debe ramificarse y curvarse, porque los insectos dibujan entonces espirales, parábolas, sinusoides y otras elegantes formas. Es muy placentero, y también las cosquillas de sus pequeñas patas a medida que ese ejército infinito desfila sobre mi lengua. A menudo pienso que ojalá mis palabras fuesen como esas hormigas pero, hoy por hoy, me conformo con la metáfora nocturna.

Albert Rossell
Justo pastor

Empezó por atizar con el cayado a aquel macho peleón que siempre andaba provocando a todo el rebaño. Le pareció correcto hacerlo. Le gustó. Después comenzó a priorizar según su comportamiento los animales a sacrificar, evaluando la desfachatez de los carneros y el desapego antinatural de algunas madres. Más adelante instauró una monogamia rigurosa, casando cada oveja con su pareja y castigando con hierros candentes a los ejemplares promiscuos. Pero pronto le aburrieron esas banalidades, así que durante sus frecuentes recesos del pastoreo se esmeró en el estudio y acabó por sacarse unas oposiciones a maestro de escuela.

Albert Rossell

6.8.02

Buena gestión

Dirigir un holding alimentario era todo un reto, pronto comprendí la dimisión de mi antecesor porque estábamos sin presupuesto para investigación en nuevos sabores, el sistema informático asignaba indefectiblemente el año 69 a la caducidad de todos los lácteos –más tarde donados al tercer mundo–, y nuestras deudas ascendían al doble de nuestros ingresos anuales, además de haberse detectado gérmenes en los refrescos, orines de rata en los turrones para diabéticos, e ingredientes no identificados en las salchichas. Mientras el Vaticano protestaba por nuestro helado en forma de pene, convoqué un gabinete de crisis y resolvimos cambiar de logotipo.

Albert Rossell
Colores olvidados

Hoy, desde el vagón del metro, vi que están remodelando una estación, que han despegado los azulejos blancos y en las paredes han resucitado provisionalmente murales olvidados llenos de color, gruesas rayas azules, negras, rojas, pintadas por alumnos de segundo de primaria hace tanto tiempo que quizá ninguno se acordaba ya, ni siquiera yo, que me demoré para escribir mi mensaje en una esquina a salvo de las burlas, ni tampoco la señorita Eulalia, que vino enfadada para que terminara de una vez pero acabó sonriéndome dulcemente, conmovida al saberse destinataria de mi declaración, mientras mis mejillas ardían de vergüenza.

Albert Rossell
100 silencios

Tengo cien palabras, todas tristes: Te echo de menos. Me haces falta,
sabía calmar tu dolor pero el mío me resulta insoportable. Dónde se ha
ido tu paciencia, tolerancia, tu conformidad, todo lo que nos
proyectaste a lo largo de tu vida. Papi no sé vivir sin ti, no tenías que
haberte ido, te quiero. te quiero te quiero te quiero te quiero te quiero
te quiero te quiero te quiero te quiero te quiero te quiero te quiero te
quiero te quiero te quiero te quiero te quiero te quiero te quiero te
quiero te quiero te querré siempre.

gelines.
Holofernes

Ya en mi infancia, Holofernes borraba el rastro de mis travesuras. Limpiaba las manchas de refrescos derramados, substituía los jarrones hechos añicos, inventaba explicaciones convincentes cuando desaparecían animales. Ha sido un criado conmovedoramente leal conmigo, incluso al hacerme adulto, disimulando siempre mis pequeñas faltas. Sin embargo, últimamente Holofernes ya no ve bien, rompe los jarrones y trastabilla despistado por la casa derramando el café y los licores. Ayer mismo lo descubrí cavando en el bosque con ojos confundidos, y eso sí que no. Me da lástima, pero debo ser sensato y buscarle un hueco entre las raíces de los árboles.

Albert Rossell
Elektra

Con pluscuamperfecto deseo, al fin te miro toda, después de haber sentido tu
olor, tu tacto, después de haberte oído y saber a qué sabes, te contemplo;
tengo mis ojos tan hechos a tu imagen que te haces de coral cuando el mar
miro y cuando miro al cielo toda tú eres estrellas, con qué avaricia miro tu
paisaje.

Si alguna vez supieras de verdad como te veo, te llenarías de miedo, de
vergüenza y de orgullo. Si alguna vez supieras de verdad como te miro, te
quedarías paralizada delante de mis ojos por los siglos de los siglos.

José María Puerta
MU-TO

Este alma nómada no entiende de sedentarismo, mi espíritu se moriría si
tuviese que estar quieto. Desde mi juventud tuve la vida en una maleta, todo
lo que llevaría conmigo cabe en un solo bulto, mi única posesión
irrenunciable son mis sueños y yo mismo. Aun así alguna vez, en medio de la
mas terrible de las tormentas del alma, yo también he envidiado a los que
tienen un universo estable, a los que aman sus casas y sus cosas, lo
bastante para no moverse, pero... "what it has to come, it comes" parece muy
simple, no obstante es así.

José María Puerta