26.6.02

El precio justo

A Guillermo le compraban todos los cromos que quería. A mí no, pero aprovechando al máximo mis ahorros, las ayuditas de mi abuela, y mi habilidad para el “tengui, falti”, iba completando poco a poco la colección. En el recreo Guillermo sacó un mazo de más de ochocientos “repes”. Sonrió al ver que yo sólo tenía diecinueve. Y se burló con descaro cuando se los cambié todos por el ciento tres. Impasible, guardé el cromo todo el día entre las páginas de un libro. Ya en casa lo pegué muy cuidadosamente. Me dormí con el álbum completo en las manos.

Albert Rossell

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