4.10.02

Demasiado blanca

De niño, solía recriminar a mis padres que no eran lo bastante devotos. Faltaban a misa. Después, recién cumplidos los trece, se me ocurrió un juego, una variante del conocido ¿qué pasaría si...? Entonces creí que no podría soportarlo, que me bastaría con imaginar la ausencia de Dios para que una zozobra inmediata, una catástrofe interior, me obligara a aferrarme a Él de nuevo. Pero me atreví. Y al principio no sucedió nada, continué viviendo. Ahora, pasados los setenta y cinco, tendido en el lecho de esta habitación demasiado blanca, me pregunto si después del último sueño podré seguir jugando.

Albert Rossell

No hay comentarios: