22.6.02

El demonio rojo

Era el demonio. Pero nadie parecía darse cuenta porque, aunque la tienda estaba muy llena, todos miraban a la señora Remedios, que despachaba con parsimonia detrás del mostrador. Yo, en cambio, harto de recordarle a mamá que me estaba aburriendo, cansado de tirar de su falda sin resultado, miraba a todas partes. Así descubrí al demonio, agazapado tras unas cajas. Roja la cara, espeluznantes los cuernos, bajito. De repente se fijó en mí y lanzó un aullido que me dejó desprotegido, solo. Por suerte, en lugar de atacarme desapareció de forma inesperada en la trastienda. Soñé con él muchas veces.

Albert Rossell

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