28.3.03

Algo blando bajo el pie

Hace mucho, mis abuelos solían llevarme a pasear y a dar migas de pan a las palomas. Me gustaba aquel barullo de aves apelotonadas, peleando por la comida. Y me encantaba echar a correr y ahuyentarlas a todas.

Un día sentí algo blando bajo el pie mientras corría. Al volverme vi a una aplastada en el suelo. Creí que la había matado yo, sin querer, pero mi abuela me explicó que esa paloma llevaba muerta ahí mucho rato. Ya en casa me puse las zapatillas, y entonces mi abuela se llevó mis zapatos. Voy a limpiarlos, dijo a mi madre.

Albert Rossell

17.3.03

De esa manera

Corría sin parar. El viento helado hacía que se me fuera lo soñoliento. Su cara, sus ojos. Parado en la esquina parecía un demonio. Sé que fue él, pero ¿qué fue lo que pasó?

Así es en las poblaciones, nadie está a salvo... Fue esa noche, en casa de Mabel... En medio de su cumpleaños... No supe lo que pasaba hasta los disparos... Fueron tres, creo...

Ayer fuimos a su funeral... Mabel lloraba y me preguntaba hasta cuándo las cosas serían así. Yo, sin poder mirarla a los ojos, pensaba en que posiblemente siempre las cosas serían de esa manera.

Benjamín Tull
Relato difícil

El remusgo de la tarde arrastraba los pipos macribios que planeaban a ras de la montaña en busca de migalas, mientras la perisístole de sus corazones semejaba practicar un pancracio rudimentario. Un pirómetro habría demostrado que la temperatura pássim y en la boca del volcán era millones de veces más alta que la que alcanzaba un ribadoquín al ser disparado. Sin embargo, las aves continuaban su raudo vuelo, procurando hallar su comida preferida para saciar su apetito, que no les permitía volver a casa sin antes haber llevado a sus estómagos al menos una sola de las apetecibles arañas europeas.

Hector A. Faga
Goliath perruno y David gatuno

Nuestra gata Keika está completamente loca. A la mañana, apenas se levanta, come un poco de su alimento en el cacharro que tiene junto a su canasta, hace sus necesidades y de inmediato se larga a correr por toda la casa. Sube al jazmín centenario del patio y se pierde entre el entramado de sus ramas, desde donde varias veces debimos socorrerla. Jugando, ataca las piernas de todos los que pasan, y luego se sube al respaldo de los sillones para desafiar a Tango, nuestro perro ovejero alemán, que junto a ella parece Goliath al lado de un David gatuno.

Hector A. Faga
El perro y la pulga

Mientras el perro se rascaba, la pulga se movía de un lado al otro, procurando evitar la pata mortal que terminaría con su vida de insecto parásito. Los surcos en la piel del enorme ovejero alemán se disimulaban entre el pelo negro del animal. Pero para la pulga eso no representaba una ventaja. Ella sólo quería vivir sin ser molestada. Picó un poco más de su cautiva comida y luego se dispuso a abandonar su hasta ahora confortable hogar. Miró a su alrededor y divisó un gato de angora. Pensó: "ese es un hogar digno y conveniente". Sin más, saltó...

Hector A. Faga
La paz y la guerra

John salió de la trinchera donde estaba escondido. Las bombas explotaban a su alrededor. Mientras avanzaba con la bayoneta calada, pensaba en su Alabama natal, donde florecían los prados en verano y se teñían de rojo los árboles en el otoño. Recordó los niños jugando en las calles, los jóvenes en bicicleta, las adorables y coquetas mujercitas del lugar, su vecino coreano, una persona amable y querible... Repentinamente lo vio. Saltando de entre las matas, el enemigo se presentó ante él. Reconoció ese rostro que le recordaba otro rostro; esos ojos que le hacían pensar en otros ojos. Entonces disparó...

Hector A. Faga
Las medialunas y el café (cuento de un enamorado triste)

Estaba sentado en una mesa del bar frente a una ventana. Recién había terminado su tercer café y su décima medialuna, que pidiera en tandas de a dos. La vio pasar por la vereda de enfrente y sintió el deseo irrefrenable de salir a su encuentro. Secretamente, la amaba, pero ella no lo sabía. De repente vio que se encontraba con un hombre bastante más joven que él mismo. Se abrazaron con alegría y se besaron con pasión. Entonces él supo que todo estaba perdido. Miró hacia adentro y dirigiéndose al mozo le dijo: "Mozo, otro café con dos medialunas".

Hector A. Faga
Cuento inconcluso

Se despertó sobresaltado. No sabía dónde se encontraba ni cómo había llegado hasta allí. Un fuerte dolor atenazaba su cabeza, que parecía a punto de estallar. Recordaba vagamente la noche anterior: copas, música desenfrenada, luces de colores, y María... De repente, recordó. Miró a su lado, pero en la cama no había nadie. Tocó las sábanas para ver si estaban tibias, pero ellas le devolvieron una fría caricia. Nadie había dormido junto a él. ¿Qué habría pasado con María? ¿Dónde estaría ella en estos momentos? Sonó el teléfono. Indeciso, tomó el tubo y en voz baja dijo "Hola". Era María...

Hector A. Faga
Juan y la soledad

Juan amaba la soledad. Se refugiaba en ella para encontrar "su paraíso perdido". Alguna vez había estado con alguien, pero ahora se encontraba solo y disfrutaba de ello. Le gustaba leer los clásicos mientras escuchaba música. Practicaba el deporte de escribir cuentos en su computadora portátil mientras soñaba. Odiaba que lo interrumpieran en sus ensoñaciones, pero secretamente esperaba que la oportunidad golpeara a su puerta. De repente se produjo: un golpe, dos, tres... ¿Sería la oportunidad? Se levantó de un salto y abrió. Era Alicia, su vecina, quien le extendió una taza mientras decía: "¿Me prestas un poco de azúcar?"

Hector A. Faga
La cabaña de la viuda

Cada mes pasa lo mismo. Como si no bastara con las cacerías, con las batidas que organizan los humanos, los lobos se enfrentan ahora a este nuevo peligro. Además de huir de las escopetas, tienen que estar siempre pendientes de él, atentos al menor indicio de cambio. Todo empezó la noche que se atrevió a entrar en la cabaña de la viuda del valle. Entonces habían alabado la valentía del jefe de la manada, pero ahora está claro que algo salió mal. Sucede cada mes. Cada mes lunar. El jefe desaparece con la luna llena y vuelve convertido en hombre.

Albert Rossell
Espacios de amor y desamor

Se querían porque vivían juntos en una casa pequeña, de pasillos estrechos en los que era imposible no rozarse al pasar, con un solo baño en el que, por fuerza, compartían sus presencias y olores. Pero no se daban cuenta de la importancia de esas angosturas. Por eso, cuando heredaron el palacio, tuvieron la inconsciencia de habitarlo. Y resultó que en esa nueva geometría era muy poco probable encontrarse sin buscarse, poder sentir la humanidad del otro. Su amor, como sus encuentros, se fue dispersando despacio, y al final se disipó por completo en el exceso de espacio y dependencias.

Albert Rossell
Curanderismo marítimo

Como tantas veces, ayer fue despertado a medianoche para bendecir las barcas. En el frío nocturno de la playa eligió la oración que las librase del conjuro de las brujas del pueblo. Así volvierían a encontrar bancos de peces. Pero la ausencia de luna, el chillido lacerante del viento, la mirada ansiosa de los pescadores, y la misma confusión de sus muchos años, terminaron por aturdirle. Por primera vez en su vida, el rezo pronunciado no fue el correcto. Sin embargo, hoy han vuelto las embarcaciones llenas a rebosar de peces y agradecimiento. Y él las mira sin entender nada.

Albert Rossell