15.10.02

Caridad

La señora Remedios estaba muy sola. Por eso mamá soportaba sus frecuentes llamadas. Se enrollaba mucho al teléfono, hablaba sin parar, y a menudo mi madre dejaba el auricular en la mesita y se iba a hacer sus labores. La anciana parloteaba tanto que no se daba cuenta.

Un día advertí que la señora Remedios, algo nerviosa, estaba repitiendo una pregunta que mamá no le respondía porque andaba trasteando por la cocina. Entonces me puse y le dije que quería hablar yo. Se sorprendió, pero en seguida empezó a contarme sus cosas como una ametralladora. Mientras tanto, abrí un tebeo.

Albert Rossell

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