31.10.01

Jamás se atrevía a pedirle nada. Era un buen hombre, eso decía todo el mundo: trabajador, serio, formal... ¡Pero se enfadaba tanto! Aún así, todos sus amigos le decían que ella tenía que tomar sus propias decisiones, y que no debía ser tan pavitonta. Como si fuese tan fácil... ¡Ellos no lo conocían! Temblando, presintiendo la tempestad que desencadenaría su petición, se arrodilló respetuosamente ante la tumba de su padre e, ignorando el vacío vertiginoso que crecía en su vientre, le espetó de corrido: "Padre, la semana próxima cumplo los veinticinco, y he pensado ponerme un piercing en el ombligo..."

Albert Rossell

28.10.01

Desde la cama, o más precisamente, desde la almohada, sólo veo una parte del armario y de las paredes, y la mesita de noche, con mi despertador en primer término. Es muy tarde, ya hace rato que debería estar en el trabajo, pero no puedo moverme. No tengo cuerpo. Ahora oigo que alguien viene corriendo y abre de un tirón la puerta de mi habitación: es mi cuerpo -con la americana, el pañuelo doblado en el bolsillo, la corbata y los pantalones bien planchados- que viene a buscarme. Mi madre siempre me lo dice: "¡Un día te olvidarás la cabeza!".

Albert Rossell