31.10.02

Intimidad

Nunca he resistido la visión de la sangre, me mareo ante su rojez viscosa y me basta con anticiparme a ese mareo para tambalearme, pero cuando la madre del Gregorio se cortó en la cocina, justo después que él saliera a por el pan, y me llamó para que sostuviera su mano entre las mías, cuidando de que la herida quedara bien abierta para que ella pudiera limpiarla y desinfectarla, no vi ni la sangre ni la carne escindida, no vi nada, sólo sentí su intimidad perfumada y por desgracia breve de la que –lo sabía– jamás volvería a gozar.

Albert Rossell
Retenidos (variación)

En Iowa (EEUU), dieciocho estudiantes desaparecieron mientras realizaban un examen. Las puertas estaban cerradas y dos profesores jurados vigilaban. Muchos investigadores conectaron este fenómeno con el de los círculos en los campos de trigo y con las líneas de Nazca (esa especie de pistas de aterrizaje extraterrestres peruanas). Los padres hicieron un llamamiento mundial vía Internet y fruto del esfuerzo internacional de videntes y parapsicólogos de reconocido prestigio, amén de algún que otro intruso aficionado, hoy felizmente, los dieciocho jóvenes y un inexplicable clon de Torrebruno han sido localizados en un coro donostiarra, donde txikito tras
txikito, entonan melancólicas habaneras.

José Maria Puerta
Escondite

Lo tenía bien planeado, porque en la arboleda donde solíamos jugar al escondite yo había descubierto un alcornoque hueco, con una grieta generosa en su corteza que permitía penetrar y permanecer aislado en el interior, una caverna vegetal suficientemente amplia y al tiempo lo bastante estrecha, así que convencí a la Luci, la llevé de la mano, la empujé suavemente y cruzó la grieta, pero entonces, cuando anticipaba ya el placer de sus pechos incipientes apretujados contra mí en ese mundo escaso, me detuvo un vértigo desconocido, profundo, y mientras intentaba sobreponerme escuché la vocecita fatídica: ¡Un, dos, tres, Álvaro!

Albert Rossell
Volver a empezar

"Según lo acordado, la mercancía está a su disposición. La Srta. Barrientos se ha ofrecido amablemente para hacérsela llegar. El intercambio se realizará a las 14 Hrs." Con estas palabras, se inauguraba hace cerca de 10 años mi relación con el correo electrónico, miles de mensajes por medio, spam mediante, en los que mi destino se ha visto marcado siempre por una inexplicable propensión a lo tragicómico, hoy he decidido dar carpetazo final a esta antinatural relación con el mundo ¡Hoy, al fin, saldré a la
calle! Sin embargo, una duda me asalta ¿Seguirán las direcciones de calles siendo analógicas?

José María Puerta

24.10.02

Minicuento bosnio

Raima vive en Goradze, con toda su familia, completa a pesar de la guerra. A menudo, los serbios bombardean la pequeña ciudad, aunque hasta la fecha las bombas han respetado la casa de Raima.
Antes del almuerzo su madre la manda a un recado. Raima no quiere ir, pero, tras de un tira y afloja, obedece. Sale corriendo de casa y cuando llega al extremo de la calle, justo antes de doblar la esquina, un fugaz hálito de fuego, precedido por un fuerte resplandor, la hace girar la cabeza y ver atónita cómo su casa estalla alcanzada por una bomba…

Gaspar Fraga
Piedad

Acababa de escaparse de casa, sus padres no comprendían su pasión por el ajedrez. Me lo explicó después de haberle ganado con facilidad en un modesto torneo juvenil. Yo jugaba mal, pero era consciente de mis limitaciones. Él tenía aún menos talento, pero le sobraba ilusión.

Un año después volvimos a enfrentarnos. Vivía en la miseria; sin embargo, su juego había progresado. Cometí un error de apertura y quedé muy inferior. Lo lamenté, allí se disputaba algo más que un punto. Pero me clavé en la silla y conseguí remontar. Gané. Creo que tuvo suerte; no he vuelto a verle.

Albert Rossell
Mi Tour

Eddy Merck siempre ganaba, pero en aquel Tour Ocaña le había sacado más de diez minutos en una escapada. Yo también hacía el Tour con mi bicicleta, en el jardín de casa, y le sacaba muchos minutos a Eddy Merck. Cuando Ocaña se cayó bajando de un puerto sentí tanta rabia que salí al jardín y di tantas vueltas que las ruedas dejaron surcos imperecederos sobre la tierra blanda. En mi Tour ganó Ocaña. Muchos años después, alguien pavimentó aquello con cemento portland y mis surcos quedaron enterrados. Mientras, Induráin enterraba en el olvido a Eddy Merck y a Ocaña.

Albert Rossell

22.10.02

Et labora


Hablando el otro día con mi jefe le comenté de pasada que en la próxima
primavera me voy, que estoy harto de aguantar por unos miles de duros a
tanto payaso, sintiendo como los días se arrastran camino de quién sabe
dónde. Ante su cara estupefacta y luego de que me balbucease que adonde voy
a ir alma de Dios, le terminé confesando que me voy con el Circo Price, con
el que haré un tour por toda España. ¿Que qué voy hacer? Nada, me han dicho
que tengo que salir a la pista y limitarme a ser yo mismo.

José Maria Puerta

21.10.02

La excusa perfecta

La pelota abandonada, justo delante del chalet donde acababa de verla en la terraza con aquel bañador rojo enloquecedor. La excusa perfecta. Llamé. Tardó en abrir, se había puesto una bata azul. La pelota, efectivamente, era de sus hijos; me agradeció mi amabilidad. Era una mujer deliciosa, insinuante, pero yo no sabía cómo intentar algo. Entonces ella tomó la iniciativa; me hizo entrar y aguardar mientras desaparecía pasillo adentro. La imaginé llamándome desde el interior, quizá ya sin bata, tal vez incluso sin bañador. Pero volvió, con la bata puesta, y, pellizcándome la mejilla, me alcanzó una bolsita de sugus.

Albert Rossell
Pasado glorioso

Hace más de treinta años acompañé a Sandokan por los mares de Salgari. Sobreviví a mil heridas en innumerables combates y a fantásticas epopeyas entre las neblinas de las selvas orientales. Mi vocación de bravo capitán de navío jamás se doblegó, hasta que un día resbalé en la bañera y el agua me cubrió por breves momentos. Mi madre y mi abuela entraron corriendo, y entonces se disipó todo, el espejo se enfriaba y el vaho nebuloso desaparecía, y la espuma del jabón ya no era la del mar, y mi vocación de bravo capitán sólo era un glorioso recuerdo.

Albert Rossell
Viajero de luz

Un rayo de luz escapa del Sol. Quisiera proseguir su viaje con parsimonia, contemplando reposadamente planetas, satélites, cometas, galaxias. Pero la inercia es excesiva y no encuentra ningún agarradero que frene su marcha. En poco más de ocho minutos, apenas un soplo de tiempo para quien quisiera abarcar el Universo, surca ciento cincuenta millones de quilómetros vacíos, gélidos, y llega a nuestra atmósfera, donde sufre mínimos desgajos. Finalmente, estalla contra la corteza terrestre, se escinde en un continuo de colores. Algún objeto absorbe algunos, otros se reflejan. Pero el rayo ya no existe, y jamás contemplará reposadamente los astros celestes.

Albert Rossell

17.10.02

Agenda pormenorizada (Una continuación)

Corriendo por la pista me da de nuevo el infarto y van ya cuatro. Tomo la cafinitrina. Vuelvo a casa. Los niños han incendiado el piso, es la tercera vez este mes. Nos vamos al piso de repuesto. Pongo la cena, las latas están caducadas. Mi hijo pequeño se intoxica. "Joder" grito. Cojo el niño de repuesto. Acuesto los niños, los arropo y con el cloroformo de la almohada se duermen. Oigo el contestador. Otra demanda de mi ex-mujer. Aún conservo los dos dientes que le arranque la última vez. Me voy a la cama y duermo profundamente. Hasta mañana.

José Maria Puerta
Resistencia activa

A los gemelos, que tienen diecisiete meses, no les gusta que su padre toque el saxofón demasiado rato. Agarran las teclas, lo estiran y desequilibran. También apagan la luz para que no pueda leer las partituras, o encienden la tele y ponen el volumen a tope para que no pueda escuchar su propia música, para volverle loco. Otra táctica es encestar las piezas de un puzzle, una a una, por la campana del instrumento, hasta que el sonido parece morir ahogado. Hoy ha descubierto, atascado en el interior, su propio teléfono móvil, encestado de modo similar. Les mira. Le miran.

Albert Rossell
Sus mejores logros

Onofre tiene seis hermanos. Cada mañana, cuando la familia se levanta, la casa es un hormiguero de personas que van y vienen presurosas. Pero Onofre pulula dormido, sigue mecánicamente al primero que pilla, su padre, su hermana, el abuelo... Técnicamente es un sonámbulo. Cuando consigue aparecer en la cocina, la mesa ya está ocupada y no puede desayunar. Y en el único lavabo siempre hay cola. Sus mejores logros son permanecer pegado a la pared del pasillo, para no perturbar el tráfico humano, y padecer con entereza la tensión de sus esfínteres. Algunas veces llega a tiempo a la escuela.

Albert Rossell

16.10.02

Agenda pormenorizada

Cada mañana corro a comprar pan, preparo bocadillos a los niños. Después salimos a toda mecha los tres hacia la escuela. Luego el tráfico, hasta el trabajo. Allí me espera una reunión en la quinta planta, más tarde en la segunda, desayuno al teléfono, un informe, reunión en la tercera, comida de trabajo, comunicados para la prensa, reunión en una planta ignota. Salgo disparado. Justo a tiempo, recojo a los críos de sus extraescolares. El súper. A casa. Como locos... Las ocho. Huyo al centro deportivo. Allí, por fin, me relajo, mientras el monitor me hace correr por la pista.

Albert Rossell

15.10.02

De otra pasta

Hugo, mi hermano gemelo, es el mayor. Se dio más prisa en nacer. También aprendió antes a andar, a masticar, a beber sin biberón, a montar en bicicleta y a hacer grandes burbujas con el chicle. Tardó menos que yo en acabar los estudios, en sacarse novia, en trabajar y en ser padre de familia. Yo soy de otra pasta. Pero, eso sí, me jubilé antes que él. Ahí le gané. Y ahora que me muero, salvo que se apure a practicar el juego desleal, a hacerme trampa contra natura, le ganaré también en la carrera hacia el descanso eterno.

Albert Rossell
Estrategias

Inmóvil para ser invisible a la selva, el poderoso jaguar acecha. De repente hay una posible presa, un tapir, un armadillo, quizá una capibara o un pécari. Espera el momento oportuno y entonces todo depende de su mejor arma: su velocidad.

Me desplazo tan rápido como soy capaz, que no es mucho. Y si el peligro anda cerca, si descubro al jaguar camuflado en la espesura, todavía me muevo más despacio. Mi madre me contó que así sobrevive un oso perezoso. Su mejor arma es su miedo, la angustia que le deja casi inmóvil para ser invisible a la selva.

Albert Rossell
Caridad

La señora Remedios estaba muy sola. Por eso mamá soportaba sus frecuentes llamadas. Se enrollaba mucho al teléfono, hablaba sin parar, y a menudo mi madre dejaba el auricular en la mesita y se iba a hacer sus labores. La anciana parloteaba tanto que no se daba cuenta.

Un día advertí que la señora Remedios, algo nerviosa, estaba repitiendo una pregunta que mamá no le respondía porque andaba trasteando por la cocina. Entonces me puse y le dije que quería hablar yo. Se sorprendió, pero en seguida empezó a contarme sus cosas como una ametralladora. Mientras tanto, abrí un tebeo.

Albert Rossell
La audioteca de Sugrañes

El multimillonario Sugrañes, influyente y aburrido, recopiló antes de su muerte una singular audioteca: miles de cintas con mensajes que llegaron al contestador telefónico equivocado. Hay en ellas voces de niños que, sin querer, confiesan sus travesuras en el contestador de algún familiar adulto; jadeos ansiosos abandonados insensatamente en el del asesor fiscal; instrucciones para un cómplice libradas por error al de una comisaría de policía; palabras de amor para la amada auténtica grabadas en el de la tan sólo esposa. También hay un mensaje de la señora Sugrañes. Interroga a un destinatario anónimo sobre las propiedades de ciertas substancias.

Albert Rossell

10.10.02

Última oportunidad para morir

Reflexionó un momento, acariciando el frío revolver. Aquél ser oscuro había aparecido de una esquina del callejón y, poniendo la pistola en su mano, le había dicho:

- Hoy es tu última oportunidad para morir. Si tu vida no termina esta misma noche, no lo hará nunca. Te quedarás aquí para siempre.

Su mujer le había abandonado años atrás, su hijo no le dirigía la palabra, sus mejores amigos ya habían muerto. Le dió una última calada al cigarrillo, mientras paseaba entre los recuerdos de lo que habia sido su vida. Levantó el revolver, y disparó... El ser oscuro cayó fulminado.

Dani Madero

9.10.02

Sonreía. Adiviné.

Soy metódico. Cuidadoso. Mucho. Preparo música. Cada noche. La escojo. Con amor. Una cinta. La grabo. Llamo. Cada mañana. En punto. La hora. La misma. Siempre. La cinta. La pongo. Al teléfono. Hace meses. Se levanta. Ella. Con música. Cada día. Preparada ayer. Quería hablarle. Hoy. Decirle. Que. Para ella. Por amor. Yo. Pero. Hace daño. Dentro. Era hombre. Su voz. Insolente. Sonaba. Sonreía. Adiviné. No. Decía. No es. Homosexual no. Él. Tolerante sí. Marica no. Da igual. Llamarle. Puedo. Cada mañana. Práctico. Es. Despertador. No necesita. Y. Le enrolla. Mi música. Había apuntado. Mal. Nunca antes. Un número. Yo.

Albert Rossell

8.10.02

Nieblas magnéticas

El teléfono sonó con un matiz lejano -aunque Susana no lo advirtió- porque Fernando, irreductible hasta más allá de la muerte, la llamaba desde el Cielo desoyendo las recomendaciones de los ángeles, según los cuales la comunicación era imposible. Debió escucharlos.

Susana, cabal incluso en el ahogo de la desesperación, ni siquiera consideró que aquella voz pudiera ser la de su hombre. Cuando éste la deslizó por el hilo desde el otro mundo, nieblas magnéticas alteraron su timbre ligeramente, lo suficiente para que emulara demasiado bien la de su hermano Andrés, siempre enamorado, cuya macabro, enfermizo mensaje Susana jamás perdonó.

Albert Rossell
E pui si muove

Estoy convencido: mi mujer tiene un teléfono móvil. Quiero decir que se mueve. Por su propia voluntad. Al principio, cuando no había manera de encontrarlo y finalmente aparecía en lugares impensables, en la nevera, en la secadora, en un zapato viejo o en el cajón de los calzoncillos, pensaba inmediatamente en los niños, en mi suegra, incluso en las canguros. Pero no, tiene que ser el propio aparato el que se esconde. Hiberna, seguro. Sólo así se explica que cuando marco su número para localizarlo de una puñetera vez, siempre me atiende el contestador, y al hallarlo no queda batería.

Albert Rossell
Abstracciones

Patria, identidad cultural, lengua, bandera. Aprendí estos referentes en la escuela. Símbolos. Un día, en un aeropuerto, vi un subsahariano andrajoso, con una maleta cochambrosa que mantenía cerrada mediante cordeles, bajando con torpeza por las escaleras mecánicas. Nadie le esperaba, y en sus ojos desorientados había soledad. Insignificante, pensé. Y, acto seguido, me di cuenta. De que quizás, imperceptiblemente, apenas una migaja de mi patria acababa de cambiar, de que un gramo de mestizaje se había agregado a nuestra cultura, y un soplo ligerísimo, un deje inaudible, a nuestro idioma, y acaso un matiz invisible de color en la bandera.

Albert Rossell

4.10.02

Parquetista económico

Yo era un incrédulo. Fui a la ceremonia del maestro Gishwan tan sólo para fisgonear. Pero el lunes siguiente inauguraron en el edificio frente al mío una clínica dental, y el martes, justo al lado, una clínica mental. La coincidencia tiñó dulcemente mi aura. El miércoles, en la puerta de la pollería había un anuncio: “Parquetista económico”. Y entonces caí en la cuenta de la convergencia cósmica, porque, ya no pude dudarlo, el “Economista parco” es su compañero dual, el complementario universal que Gishwan predica. Creed a este acólito que os habla, dejad dormir la mente y despertad el corazón.

Albert Rossell
El orden de los factores

Cambió el suboficial encargado de cocina, y aquel mes fue nefasto. Ni siquiera el perro del sargento primero de comunicaciones quería el jamón de york, que le echábamos al suelo por probar. El vino era puro vinagre, y la verdura rehogada sugería el vómito. En la panceta sobrevivían pelos. Un gastador aseguró que, con los beneficios, el sargento de cocina iba a comprarse un Porsche. Después añadió, como prueba, que las sobras de nuestra comida iban directamente a los cerdos de una granja cercana. Me alegré sobremanera de que tal, y no el inverso, fuera el orden de los hechos.

Albert Rossell
Demasiado blanca

De niño, solía recriminar a mis padres que no eran lo bastante devotos. Faltaban a misa. Después, recién cumplidos los trece, se me ocurrió un juego, una variante del conocido ¿qué pasaría si...? Entonces creí que no podría soportarlo, que me bastaría con imaginar la ausencia de Dios para que una zozobra inmediata, una catástrofe interior, me obligara a aferrarme a Él de nuevo. Pero me atreví. Y al principio no sucedió nada, continué viviendo. Ahora, pasados los setenta y cinco, tendido en el lecho de esta habitación demasiado blanca, me pregunto si después del último sueño podré seguir jugando.

Albert Rossell
Sí hallé, en cambio

Fui a la mili porque no supe simular una enfermedad, ni convencer a nadie de mi objeción de conciencia, y fui asustado porque temía la dureza de los mandos y de los castigos militares, la exigencia de los ejercicios físicos y de la disciplina castrense. Pero, en los tres cuarteles que estuve, sólo excepcionalmente encontré dureza. Sí hallé, en cambio, arbitrariedad, capricho, desorden, desorganización, demencia, hombres pobres de espíritu, ignorantes, analfabetos funcionales, suboficiales que huían de la miseria de sus pueblos, aprovechados que medraban con negocios truculentos, nostálgicos, alcohólicos, y neuróticos obsesionados por la cornamenta que les regalaba su mujer.

Albert Rossell

2.10.02

Costumbres extinguidas

La puntualidad fue una antigua costumbre hoy extinguida... No debería venir tan a menudo a este cine. Como siempre, llevan ya algunos minutos de retraso. Numerosos espectadores esperamos resignados que apaguen las luces. Mientras, escucho la música de fondo. Curiosamente, es agradable, como de salón aristocrático, y perturbadoramente familiar, pero no logro reconocerla...

Por fin, la identifico: de una escena de “El gatopardo”, de cuando yo trabajaba tanto, demasiado, y venía mucho menos a este cine, de cuando ella vivía aún conmigo y disfrutábamos juntos de esas raras ocasiones especiales... A ver si empieza de una vez la dichosa película...

Albert Rossell