22.6.02

Castigo divino

Mi padre no se había arrodillado en la iglesia. Quizá Dios le castigaría por su pecado, aunque Dios sabía, seguramente, que mi padre no podía arrodillarse desde el accidente en el tranvía. La monja no venía y seguíamos esperando, sentados en el pequeño muro del patio de la clínica donde hacía la rehabilitación. Entonces oí a mi espalda aquel ruido atronador y agudo. Durante unos instantes, sólo sentí el sobresalto. Pensé que Dios venía a por mi padre, pero él se reía a carcajadas. “¿Ya no te acordabas del tren, eh?” –me dijo–. Aún hoy no soporto los silbatos.

Albert Rossell

No hay comentarios: