20.1.03

Sinfonía número 34, K. 338

Durante un instante, el eco de los últimos compases de aquella sinfonía mozartiana quedó flotando sobre el escenario como una enorme burbuja de jabón; luego, cesó por completo. Sólo entonces el público comenzó a aplaudir.
Un hombre de mediana edad, que durante los diecinueve minutos anteriores había permanecido despatarrado en su butaca, con la vista perdida en el candil que colgaba del techo de la sala, inclinó la cabeza y, en medio del incontenible entusiasmo de la gente, le susurró a su acompañante:
-¿Crees en los milagros?
-¿Por qué me lo preguntas? –le respondió aquél.
-Porque acabas de escuchar uno.

Roberto Gutiérrez Alcalá

No hay comentarios: