3.5.02

Escozor

No acabo de resignarme a la imposibilidad de revivir aquellos días luminosos, cuando todo yo era una actividad constante, desenfrenada, inocente. Por eso a veces tropiezo a propósito y procuro caerme como si fuera de verdad, o me golpeo intencionadamente contra el canto de la mesa, o el de la puerta, o trato de pillarme los dedos al cerrar un cajón, aunque nunca me hago tanto daño como entonces. En ocasiones, vierto agua por el suelo y paso corriendo a toda prisa, para ver si resbalo y consigo alguno de aquellos moratones que me acompañaban siempre, quizás incluso alguna herida. Pero lo mejor, sin duda, es el tacto del algodón, y el olor a alcohol y a mercromina. Casi puedo sentir el aire que mi padre soplaba sobre mi piel para que no me escociera.

Albert Rossell

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