11.11.03

Aplicaciones militares de la telepatía

Era ya la segunda vez que el teniente me pedía que fuera a buscar su gorra al despacho, porque su estado de embriaguez no le permitía levantarse de la silla e ir él mismo a buscarla, ni mucho menos aún tantear por dónde andaba su despacho. Pero en realidad, aunque por lo visto sus brumas le impedían recordarlo, la primera vez yo ya se la había traído, e incluso permanecía aún dócilmente sobre la mesa que había entre ambos, así que me limité a ponerla enseguida en su mano. Cómo te quiero, catalán –balbuceó–, porque me adivinas el pensamiento.

Albert Rossell

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