7.3.02

El sueño es vida

La luz enfermiza me envolvía en una irrealidad muy viva, y también los gestos lentos en los rostros extraños, acosándome incluso al salir del vagón, convenciéndome de que no vivía, de que sólo soñaba y nada merecía mi esfuerzo porque nada existía en realidad, así que me dejé caer hasta quedar sentado en el andén con la espalda recostada contra la pared, pero entonces unos niños que correteaban como locos pisaron mi pierna, y una mujer de bellos ojos melancólicos se interesó por mí, y con el dolor y la hermosura comprendí que sí vivía, aunque todo fuera un sueño.

Albert Rossell

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