17.7.03

El jinete

La brisa dio en su cara; cerró los ojos y se vio en una pradera galopando en vertiginosa carrera. Su entusiasmo lo llevo a campo traviesa y a un sinfín de historias inimaginables.
De pronto, el alazán fue deteniendo su marcha y tuvo que volver de su fantástico e imaginario viaje que había llegado a su fin.
Cuando no se había detenido totalmente, el niño echo pie a tierra y se dirigió alborozado, corriendo hacia su madre que lo esperaba con los brazos
abiertos, mientras los finales sones de la música, acompañaban la inercia del último giro de la calesita.

José María Cuenca

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