31.10.01

Jamás se atrevía a pedirle nada. Era un buen hombre, eso decía todo el mundo: trabajador, serio, formal... ¡Pero se enfadaba tanto! Aún así, todos sus amigos le decían que ella tenía que tomar sus propias decisiones, y que no debía ser tan pavitonta. Como si fuese tan fácil... ¡Ellos no lo conocían! Temblando, presintiendo la tempestad que desencadenaría su petición, se arrodilló respetuosamente ante la tumba de su padre e, ignorando el vacío vertiginoso que crecía en su vientre, le espetó de corrido: "Padre, la semana próxima cumplo los veinticinco, y he pensado ponerme un piercing en el ombligo..."

Albert Rossell

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