16.6.09

Las horas muertas

Cada mañana, de camino al trabajo atravieso deprisa un descampado repleto de cascotes, pedruscos, fragmentos de botellas, latas; también orines y excrementos de perro. Un asco, pienso después, mientras trabajo elaborando listas insensatas, siguiendo instrucciones contradictorias.
Cada tarde, de regreso a casa, lo cruzo de nuevo con más calma y redescubro en él hierbajos y plantas. Vale, las matas crecen en desorden y están requemadas por el sol, pero al menos huelen, y entre diminutas flores amarillas zumban insectos. Además, este solar falto de toda regulación debe ser lo único del barrio que se libra aún de tanta normativa absurda.

Albert Rossell

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