7.2.06

La ciudad de las almas errantes

La ciudad de las almas errantes era verde. El césped brillaba dando la
sensación de humedad, los bulevares resistían las olas de viento y de
vandalismo y los setos crecían por la noche adoptando simpáticas
formas para el nuevo día. Los buenos olores ya no se echaban de menos
en invierno. La ciudad verde era, por ley, la única que no cesaba las
veinticuatro horas durante los trescientos sesenta y cinco días del
año. Aún se recuerdan con estremecimiento las duras investigaciones en
la ciudad del dinero, bajo la sospecha de que numerosos autómatas
trabajaron largas madrugadas, ilegítima y silenciosamente.

Alejandro Romeo

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