12.11.01

El perdón

Me obligaba a permanecer encerrado en el sótano oscuro y húmedo. Sin comer. Tan sólo un miserable vaso de agua. De vez en cuando venía y me azotaba cruelmente con el cinturón hasta dejarme exánime. Solamente la certeza de la venganza aliviaba mi suplicio. Durante esos largos años de agonía decidí que le asesinaría, que la tierra sobre su cadáver me protegería de él para siempre.

Ayer volví. Armado y decidido a acabar con él. Pero, es extraño, le miré a los ojos y descubrí, a pesar de todo, a un ser humano. No pude matarle. Tuve que enterrarle vivo.

Albert Rossell

1 comentario:

arrumacos dijo...

Me encantó. Una especie de Conde de Montecristo en miniatura y con broche de oro.