28.11.01

Guerra

Me herían sus ojos de náufrago, de infancia amputada. Sus pupilas eran un porqué incesante, una inversosímil ausencia de lágrimas por tantos rostros abruptamente arrancados de su vida, por tantos gestos moribundos y desesperados... Quizás preservaba esa breve humedad como su patrimonio último, o tal vez había perdido, junto con todo lo demás, incluso la potestad del llanto. De repente me alcanzó, como una llamarada atroz de sufrimiento humano. Durante unos segundos terribles sentí todo el desconcierto inabarcable, todo el infinito desamparo que manaba de su mirada yerma, y descubrí que mi coraza ya no me bastaba. Cerré el televisor.

Albert Rossell

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