30.1.04

Salvador

En aquel tramo de calle los coches circulaban y se detenían caóticamente. Alarmado por tanto peligro, apartó la manta, se levantó y salió de la sucursal bancaria donde había dormido. Mientras increpaba e insultaba a los conductores temerarios, que se negaban a obedecerle, se le cayó la botella de vino. Enojado de veras, pateó al vuelo carrocerías y retrovisores, y pidió ayuda a dos guardias, pero esos funcionarios renegados se lo llevaron a él –olía a mierda, dijeron–. Una lástima; de haberle secundado, ya nadie jamás habría sido atropellado, seguro –dijo–, en aquel tramo de calle: el suyo.


Albert Rossell

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