15.1.04

Gabriela

Gabriela, una anciana alemana, espera en la calle. Prefiere no coincidir en el ascensor con la vecina del segundo, que es judía. Después, ya en casa, contempla una vez más la vieja fotografía. La bandera es gris, no roja, pero la cruz gamada, perfectamente negra, sigue ahí igual que esa quinceañera perfectamente uniformada, sonriente, orgullosa, meses antes de que llegaran las bombas de los enemigos, de conocer la monstruosa verdad de los cuerpos amontonados en los campos de concentración. Y como siempre la dolorosa certeza de que le robaron la infancia y, sobre todo, de que ella también fue culpable.

Albert Rossell

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