3.12.02

Camino a casa

Miró a su alredor, luego miró hacia arriba. Ahora, todo el tiempo que conocía, que había conocido, le parecía apenas el segundo que demoraba en volver las páginas de su libro, con avidez. Por fin, tenía libro propio. Sus manos temblaron de tanta emoción y el libro cayó al suelo. Lo recogió; se había manchado un poco –pero podría limpiarlo–, y se dijo que era hora de irse a casa a enseñar el ejemplar.
Feliz, cruzó la autopista sin pretender evadir el espíritu violento de los autos. Del otro lado, quedaba su cuerpo, tendido junto a la banquina. Sonrió.

Rosa Elvira Peláez

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