29.10.04
Cojo mis canicas y salgo corriendo a jugar al parque, mi madre en la
cocina me espera con su gran sonrisa y sus ojos amorosos con un beso
me dice -vuelve pronto-, en la calle me topo con un muchacho que
orgulloso va con una chica prendida de el, al voltear la esquina un
señor me mira desde su auto, en la acera cruzo un señor mayor que
pasea un perro. Ya en el parque me siento pesadamente en una banca
mientras observo al niño que juega frente a mi con sus canicas ??..
hace tan poco yo era el.
Gonzalo Moscoso
La misma piedra
Se le cayó la cara de vergüenza y al ir a recogerla dudó ¿y si la dejaba ahí, en el suelo? Tan sencillo como olvidar un bolígrafo encima de la mesa, siempre hay dispuestos a recogerlo. Sería una manera de empezar de nuevo, como quien se lava la camisa, limpiando la última cagada. Entonces se percató en él. Se le había roto el corazón en cien pedazos y los recogía uno a uno, uniendo los trocitos con lágrimas.
-No volverá a suceder ?le dijo
-Eres un sinvergüenza ?respondió el infartado-
-Lo sé
Recogió su cara del suelo y se fue.
El Viajero
Se encaminó hacia un pequeño banco de piedra. Encendió un cigarrillo, poniendo una pierna sobre la otra fijando su mirada en un punto perdido del horizonte. Recordó Marrakech, el té de media tarde, con su sabor azucarado. La idea del regreso perforó su pensamiento.
Que sííííííí
Mobiliario urbano
El ayuntamiento tuvo una excelentísima idea instalando mullidos bancos en el jardín municipal. Por primera vez en la historia del mobiliario urbano, el material empleado para construir asientos públicos olvidaba la madera y el metal para ofrecer comodísimos bancos de un material parecido a la goma espuma. Aquel cambio de mobiliario coincidió con una alarmante disminución de paseantes en el jardín. Se extendió el rumor de que el culpable de las desapariciones eran los bancos, que absorbían a los ociosos. Ahora el ayuntamiento ha anunciado la instalación de lavabos automáticos muy confortables. Yo, por si acaso, saldré meado de casa.
Agustí Sanfeliu
Lo primero en despegar del suelo fueron los codos, primero el derecho, después el izquierdo. Luego movió las piernas, señalando el cielo con los pies. Lentamente fue levantando la cadera, el tronco y, por último, la cabeza. Una vez perdido el contacto con las frías baldosas de la calle, comenzó a ascender. Vio transcurrir el alto ventanal de la planta baja, las celosías cerradas del primer piso, los vidrios del segundo, las macetas con geranios del tercero. Cuando llegó al cuarto, se detuvo. Vaciló un instante, y se apoyó en el balcón. Entonces, la cámara volvió a filmar la caída.
Luisa Axpe
6.10.04
Vuelvo a casa a las cuatro de la madrugada, está bien oscuro y por suerte podré acostarme antes de que aclare, algo muy importante para mis hábitos de sueño y vigilia, si adivino el proyecto de amanecer estoy perdida, ya no podré mantener los ojos cerrados y el cansancio se me acumulará durante todo el sábado, voy a arrastrar mi cuerpo lastimoso hasta la noche y no podré disfrutar de mi tiempo libre, ya voy llegando, aprieto el paso y estoy por introducir la llave en la cerradura cuando llega a mis oídos, claramente, el primer canto de los pájaros.
Luisa Axpe
El niño llevaba ya dos meses enfermo, viendo el mundo sólo a través de la ventana, cuando se dio cuenta de que todos se paraban absortos justo al doblar la esquina. No sabía si lo que les fascinaba era un cine, un anuncio, un escaparate, o lo que fuera, pero todos, adultos y niños, mujeres y hombres, pobres y ricos, permanecían pasmados ante aquel evento, oculto para él. Cuando por fin pudo salir de paseo arrastró a su abuela más allá de la esquina, pero las autoridades ya habían enviado los bulldozers y sólo alcanzó a ver un solar vacío.
Albert Rossell
Sujeto del brazo a mi hijo de tres años, que está sentado en lo alto del tobogán. Me preparo para ayudarle a bajar en esa posición convencional pero él, súbitamente, se da la vuelta y se tiende boca abajo, la cabeza arriba, los pies iniciando ya la caída. Le tomo de la mano y procuro, reteniendo su brazo estirado hacia el cielo, que descienda despacio. Mas él prefiere soltarse y, antes de que me dé cuenta, se desliza pendiente abajo, cada vez más deprisa. Y de repente la pendiente se me antoja inmisericordemente larga, apenas si intuyo el brumoso final.
Albert Rossell