30.1.04

Salvador

En aquel tramo de calle los coches circulaban y se detenían caóticamente. Alarmado por tanto peligro, apartó la manta, se levantó y salió de la sucursal bancaria donde había dormido. Mientras increpaba e insultaba a los conductores temerarios, que se negaban a obedecerle, se le cayó la botella de vino. Enojado de veras, pateó al vuelo carrocerías y retrovisores, y pidió ayuda a dos guardias, pero esos funcionarios renegados se lo llevaron a él –olía a mierda, dijeron–. Una lástima; de haberle secundado, ya nadie jamás habría sido atropellado, seguro –dijo–, en aquel tramo de calle: el suyo.


Albert Rossell
Alineación

El presidente sonreía satisfecho cuando levantó la regla del mapa. El país de ese dictadorzuelo con tanto peligro quedaba atravesado por un tramo indiscutible, suyo, de la línea roja que acababa de trazar entre los extremos del eje maligno. De inmediato, los dos estrategas que le asesoraban intentaron convencerle de que sólo era una casualidad geométrica. Pero fue en vano. Ya nada era como antes, como cuando bebía y olía a mierda y se lo llevaban al vuelo entre imprecaciones –¡funcionarios renegados!– e insultos más fuertes. Pronto empezarían los bombazos que acabarían para siempre, seguro –dijo–, con los atropellos.


Albert Rossell
Precio a convenir

En el puesto veintisiete del habitual mercado de los jueves venden almas. "Almas, precio a convenir" reza el tosco cartel escrito a mano. Sobre la mesa plegable multitud de botes aparentemente vacíos cerrados con tapa descolorida. Detrás, un hombre de rostro cetrino y cejijunto, mal vestido y de expresión inalterable, permanece ajeno al trasiego existente. La certeza de estar condenado a sufrir eternamente me hace sentir una especial atracción cada vez que paso por delante. Ya estoy harto de obligarme a seguir andando. La próxima vez pararé, no habrá problemas con el precio, tengo todo lo que cualquiera pudiera desear.

Vortex.

26.1.04

La mirilla

Cada mañana, al salir a trabajar, escuchaba el mismo ruido detrás de la puerta recién cerrada. Desde el rellano, oía que alguien toqueteaba la mirilla, cuando, teóricamente, no quedaba nadie dentro. Se sentía observado. Todos los días igual. Le inquietaba ese sonido cada vez que salía. Hasta que una mañana decidió fingir que abandonaba el hogar. Abrió la puerta y la cerró desde dentro, quedándose en silencio y a la espera. Como no pasaba nada, se asomó a la mirilla para ver y, a través de ella, se descubrió a sí mismo, en el rellano, mirando extrañado hacia su puerta.

Juan Luis Mora

18.1.04

El Pliegue

Se fue. Otra vez. Siempre se va. Esa manera tan suya de quedarse,
reverberando, eco mortificante,letanía plañidera.Y el dolor. Estupidez no
consumada, pero sólo porque la escalera hacia la misma es infinita. Angosta
subida. Larvas en el estómago.Un espantoso ridículo, más espantoso aún por
cuanto trata de justificarse. Algún día gritará. Le gritará. Y sabe que la
única manera de hacerlo es con un obstinado silencio."¡Oye mi silencio!", le
diría...así conseguiría ir descendiendo, rodaría por los peldaños si fuese
preciso.Pero sigue subiendo, y mientras tanto las larvas, crisálidas
imposibles, dan a luz mariposas negras.

Xiria
El Aura

Lo que veía rodeando a la gente eran auras. La tonalidad indicaba el tiempo de vida restante. Más cuanto más clara. Le pasó desde siempre, desde pequeño, aunque tardó en descifrarlo. El día que logro hacerlo cambió su vida. No volvió a mirarse en un espejo. La última vez que lo hizo su aura era blanca inmaculada, si bien era un niño. Hoy han traído un paquete; tras abrirlo ha comprobado con horror lo que contenía. Preguntándose quién, se ha encaminado hacia el armario. La escopeta estaba en el altillo, junto a otro espejo de marco oxidado por el tiempo.

Vortex

15.1.04

Gabriela

Gabriela, una anciana alemana, espera en la calle. Prefiere no coincidir en el ascensor con la vecina del segundo, que es judía. Después, ya en casa, contempla una vez más la vieja fotografía. La bandera es gris, no roja, pero la cruz gamada, perfectamente negra, sigue ahí igual que esa quinceañera perfectamente uniformada, sonriente, orgullosa, meses antes de que llegaran las bombas de los enemigos, de conocer la monstruosa verdad de los cuerpos amontonados en los campos de concentración. Y como siempre la dolorosa certeza de que le robaron la infancia y, sobre todo, de que ella también fue culpable.

Albert Rossell

12.1.04

El callejón

No recordaba exactamente cómo había llegado a aquel callejón solitario. De repente, escuché un chasquido. Un individuo acababa de encender un cigarrillo al fondo, junto a los cubos de basura. Pude identificar sus ojos gracias a la diminuta lumbre del mechero.


- ¿Jorge?


Pero esto era imposible. Jorge había fallecido en accidente de tráfico hacía un par de meses. El individuo soltó el humo del cigarillo lentamente y yo creí sentir algo muy parecido al miedo. Las palabras de aquel tipo que se parecía a Jorge no pudieron más que acrecentar mi incertidumbre y mi desconcierto.


- ¿Tampoco tú recuerdas tu muerte?

Juan Luis Mora

7.1.04

Desorden literario

Paquita me riñe porque desordeno los libros. La pobre no lee, no comprende. Antes de ayer, por ejemplo, volví a leer "La conjura de los necios" y siguió sin gustarme. Anda muy rebelde ese libro, así que lo castigué: igual que a los niños se los pone de cara a la pared, yo lo puse de lomo a la estantería. En cambio, ayer releí "Cien años de soledad" y nuevamente se portó muy bien; por eso lo dejé con el lomo sobresaliendo de todos los demás... Pero luego viene Paquita a limpiar y otra vez todos del derecho y alineados.


Albert Rossell