28.11.02

Tempestad de muerte

Sus gemidos cadenciosos parecen perderse entre la lluvia. Avanzo aferrando con fuerza un paraguas sin abrir. A medida que mi ritmo se acelera, la tormenta parece derramarse sobre mi cuerpo mojado con más y más virulencia. Me odia, lo sé. Él también, pero agoniza y no tiene salida: pronto perecerá. Distingo su figura borrosa en mitad de la plaza. Ríos minúsculos se desbordan con fiereza de entre las baldosas beige, desgarrando mis zapatos y devorando mis pies. La tempestad me consume, como un hijo hambriento a su padre desvalido. Y, allí, yaciendo en el suelo, yo instantes después de ahogarme.

Jaime Munuera Bermejo
Contrastes

Mi mundo está formado por cuadros. Se superponen unos a otros, en una sucesión regular de superficies blancuzcas y confusas. A menudo, no sé hacia que dirección camino ni en que sentido espacial lo hago. La orientación aquí es nula, en este espacio puro, geométricamente perfecto. Incluso el vacío es lechoso, de cegadora luz inmaculada. Pero este blancor es intermitente: en ocasiones una densa negrura lo tiñe todo. Desconozco su origen, sin embargo, la presencia de penumbras en mi universo me desconcierta y me pregunto por qué existe la oscuridad incluso en el más perfecto y constante de los mundos.

Jaime Munuera Bermejo
Silenciosa melancolía

Callado el cielo, llueve soledad sobre el vacío de mi corazón. Ahogado en tu ausencia, busco entre las nubes inexistentes de la memoria un atisbo de tu recuerdo. Allí donde voy, hallo rumores de tu presencia en un tiempo nunca olvidado. Cicatrices sin forma, sangrantes, eternamente hendidas en fuego sobre mi propia piel. Tu me diste un billete sin retorno hacia tu corazón, pero nunca llegué a mi destino. Aún sigo aquí, en un vagón que late agónico incapaz de encontrar la vía que a ti conduce. Viajero sin equipaje, perdido el rumbo, se ha callado incluso el cielo: melancolía.

Jaime Munuera Bermejo

Nidos ocultos

Lo he estado pensando y creo que voy a vender la casa de campo. De hecho, nunca me gustó ir allí. Bueno, tal vez sí, al principio, cuando el abuelo jugaba conmigo. Me enseñaba los nombres de los árboles, y los nidos ocultos que luego aprendí a encontrar por mí mismo. Al abuelo no le gustaría saber que vendo la casa, se enojaría mucho, como aquella vez que me riñó tanto y yo aguanté el chaparrón con la cabeza baja, mirando al suelo, tratando de no ver los pedazos de cáscara y el cuerpo ya casi completo de aquel pajarillo.

Albert Rossell

21.11.02

Viaje sin retorno

Dentro de mi madre estaba todo negro, y sólo se oía el tambor obstinado de su corazón. En ocasiones, sabiendo por la lentitud de ese latido que ella estaba dormida, utilizaba aquel truco. Me desprendía de mi envoltura, de mi piel, me adentraba en el tubo carnoso que me unía a su ombligo y llegaba hasta el final para ver el exterior, que unas veces hallaba también oscuro y otras cegador.

Al nacer sentí mucho frío, y me asusté ante aquel despropósito de manchas de colores, así que inmediatamente pensé volver por el mismo tubo, pero alguien lo había cortado.

Albert Rossell

18.11.02

Máscaras para una vida

La mañana despunta: brillos sin color, grises esperanzas despiertan embutidas en cáscaras maltrechas. La máscara seguirá agrietándose con el sol. Heridas sangrantes que nunca cicatrizan. ¿Por qué gimes? Porque nada es como lo soñaste ya hace tanto tiempo. La máscara sonríe a los extraños, simples transeúntes, a los conocidos, a otras máscaras. Sin embargo, bajo el disfraz lloras, te retuerces a causa de tu inconformidad ante la vida. La ciudad muere cada día, cuando al llegar el atardecer finaliza el primer, y único acto, de una eterna representación: miles de actores, un solo papel; una tristeza que devora nuestro ser.

Jaime Munuera Bermejo

14.11.02

Hecatombe

La noche sucumbe a la oscuridad. << Ya no me iluminan>> - piensa - << los conquistadores de mi dominio>>. Y se aboca hacia el vacío, como hace mucho, cuando contemplaba la eyaculación del monte ignívomo en los tiempos alegres de un porvenir bueno. Sin embargo, ahora, avanza con pesadumbre sobre un mundo devastado que la convierte en techumbre inútil. ¡Si algún sonido me apresurara! – lamenta. Pero se atora al tener respuesta. Es un grito vencedor, en el que reconoce la voz del diablo íncubo que la poseyó. << Al fin el océano sangra>> retumba como testimonio de un nuevo despertar, el del infortunio eterno.

Angel Frigols
Una que se le parece

Mamá dice que no es ella la señora del patio que tendía la ropa. Es extraño, parecía ella. Además, antes la estuve buscando por la casa sin encontrarla. Pero dice que estaba cocinando con la puerta cerrada, por el humo, que ella nunca me dejaría solo. Dice que la señora del patio es una que se le parece... Supongo que tiene razón, por eso cuando la otra mujer le preguntaba a la del patio si es su hijo ese de la ventana, la señora ha dicho que no, que es otro piso, que ella nunca dejaría solo a su hijo.

Albert Rossell
El crepúsculo de un guerrero

Yaciendo sobre el suelo mojado, perdido en la espesura de mis sueños, tiño la realidad de colores imposibles. Este crepúsculo otoñal no es como el de otras estaciones. El viento que ahora sopla, susurra profunda amargura de hojas caídas. Mis manos aún persisten agarrotadas alrededor de la empuñadura de mi katana. Ahí continua, inserta en su vaina, mientras mi espíritu escapa dejando tras de si lágrimas secas, coaguladas en mis ojos. Como un relámpago distante, recuerdo el campo de batalla: silbido de mil flechas, barro en la cara, crepúsculo teñido de sangre. El rumor de una vida que se extingue.

Jaime Munuera Bermejo

12.11.02

El cortauñas de mi abuelo

Estoy en el metro pensando en mi abuelo, en que poco me queda de él. Conservo un cortauñas bastante casposo que compró en un mercadillo. Hasta hace poco todavía lo usaba. Con cada pequeña crepitación recordaba su rostro de rubio andaluz, sus gestos vehementes. Ahora está roto, sin arreglo. Lo conservo pero no puedo utilizarlo. Quizás por eso está desvaneciéndose su recuerdo, su risa peculiar, sus atenciones cuando me operaron siendo niño, la colonia que se empeñaba en hacerme respirar para refrescarme, aunque más bien me mareaba, la misma que lleva –acabo de notarlo– el hombre sentado a mi lado.

Albert Rossell
Desperfectos y roturas

Gabriela estaba muy harta. Encerrada en su habitación incubaba el odio contra el mundo. Desde su ventana, la profundidad del hueco del ascensor la atraía. Saltó. Pero calculó mal, y en lugar de descender verticalmente pronto chocó contra la malla de alambre, y comenzó a rebotar con estrépito en todas direcciones contra la red metálica, cada vez más dañada, mientras caía sin saber aún que sus amables vecinos decidirían sufragar los desperfectos, y también los gastos médicos del milagro de la única fractura de su brazo, como detalle solidario para con el vecino del ático primera, su desesperado padre.

Albert Rossell

11.11.02

Contaminación acústica

Empecé a tocar el saxofón y temía provocar hostilidad, especialmente la de la vecina cuyo tendedero queda frente al mío en el patio, contumaz militante anticontaminación acústica y protagonista de famosos altercados con el dueño de un perro bastante aullador. Procuraba evitarla tendiendo la ropa rápidamente, a horas inusuales. Pero un día esa feroz promovedora del silencio me pilló tendiendo, e insistió con tal vehemencia en saber si el músico era yo que tuve que confesar. Entonces, pasmándome, exclamó: “¿Sabe qué le digo? ¡Que me voy a comprar un trombón, a ver si entre los dos jodemos al del perro!”

Albert Rossell

8.11.02

kOlEgAs


Posteé el siguiente mensaje en un weblog al uso: "Wassup! Somos unos colegas que tenemos preparao un viajillo a Holanda y tenemos una duda... La dosis de psycolibe cubensis, tres gramos, son por persona o para los tres?". La primera respuesta fue descorazonadora: "No las tomes en Holanda y menos en otoño... Si vas a Holanda fuma marihuana." La segunda, remató mi ilusión: "Las setas son para tomar en el campo un buen día de sol. Yo las tomé la primera vez en el cuartucho de un amigo... no lo pasamos mal, para nada. Pero no es lo mismo, coño."

José María Puerta

7.11.02

Metáfora de un sueño

Era un día cualquiera de invierno. De uno de esos tan próximos al corazón en que cada latido se vuelve puro hielo. Era un momento inalcanzable, repleto de escarcha y de sueños. Él susurraba entre copos de nieve sus pensamientos.
Ella le contemplaba en silencio, con los ojos inmóviles, presos en un segundo de final inalcanzable. Tenía los ojos verdes, de ese que uno desea ver siempre abarcándolo todo. Con ese brillo anhelante y deseado saludando tras las pestañas. Entre dos frases se amaron y sus sentimientos murieron.
Entre dos frases... en un segundo, en un día cualquiera de invierno.

José María Puerta
Mi yo auténtico

No me gusta el olor a sudor agrio de la gente que me empuja en el metro, desviándome de mi camino, ni el hálito de mala digestión del director del banco cuando pretende enseñarme el oficio que conozco mejor y desde antes de que él naciera, ni la peste sintética de la cresta pintarrajeada de mi hijo mayor, que quiere cambiar el mundo y, de paso, enseñarme a mí a vivir. No. Yo ya sé lo que quiero hacer, y lo hago, como ahora en el wáter; hace rato ya que terminé pero permanezco aún sentado, oliéndome a mí mismo.

Albert Rossell
Bestseller

Saber que sería conocido y admirado era la única razón que le animaba a escribir en sus momentos más difíciles. Pero ya no era así. La página en blanco se burlaba de él cada vez con mayor frecuencia. Cuando ya creía en un prematuro fracaso y pensaba en dejarlo todo de lado le llegó la más grande inspiración. Sería recordado por siempre, y junto a su obra viviría eternamente. Cogió el papel y sobre él grabó con estas palabras el que sería el principio de su primer y único éxito: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra…”

Juan Torrella



5.11.02

Simulando no verlos

Los hombres que había en la barbería cuando hemos entrado papá y yo estaban bromeando sobre el cuerpazo de una mujer que, como diría mamá, se exhibe en las revistas. Habían desplegado un póster y jugaban a decir cada uno una cochinada más gorda. Se reían. Papá se ha sentado simulando no verlos, y yo también. Pero hace rato que aprovecho el espejo para espiar esos muslos morenos, húmedos, dorados, que son como jamones, y esas pechugas valientes que se quieren salir del sostén. No entiendo a esos hombres. Riéndose así, juntos, es imposible que disfruten la mitad que yo.

Albert Rossell
Muchas abejitas

Siempre ese dolorcillo impreciso en el abdomen, al acercarme a una chica, o al hablar en público, como si muchas abejitas me aguijonearan desde dentro y terminasen por rasgar mi tripa, como cuando Don Bravo mostró a los demás alumnos mis hinchazones en brazos y piernas, y nos prohibió volver a explorar aquellos sótanos, y sobre todo sacudir una colmena, pero nos explicó que aún así yo era el ganador de la contienda, porque cada abeja que me había picado había muerto con el abdomen desgarrado, y entonces, allí ante todos, comencé a sentir ese dolorcillo impreciso en el abdomen.

Albert Rossell