18.7.02

Effleurage

Pulgar sobre pulgar mis dedos extendidos descienden por su espalda flanqueando la columna vertebral. Un espejo refleja el movimiento mimético de ambas manos. Las caricias se detienen junto al coxis. Arrastro los nudillos por el exterior de sus nalgas tanteando con detalle el trazado voluptuoso de su redondez. Al terminar separo levemente sus piernas. No. Ha sido ella. Los músculos le flaquean cuando la elevo sobre sus rodillas. Reposa la frente en la almohada. El tiempo se interroga por la semejanza de los instantes sucedidos. Espera. Intuyo un jadeo sordo. Hay un silencio demasiado hermoso para quebrarlo con un embate.

Angel Andrés Frigols

15.7.02

Círculo de lectores

Coincide con él en el metro cada día. Le gusta, pero no se atreve a hablarle. Él siempre lee. Nunca la ve. Para sentirse más cerca, ella compra los mismos libros y los lee en su casa. Procura ir al mismo ritmo, cree que ese sincronismo la une a él.

Cuando instaló el telescopio pensaba en alguna vecina despampanante. Sin embargo, encontró una mujer sensible que leía a diario. Un día descubrió que leía los mismos libros, que había un alma gemela al otro lado de la calle. Pero no puede presentarse en su casa y explicarle que lo sabe.

Albert Rossell
Arañas y galio

Quizá fuera por la arañita que pasó a mis pies, débilmente iluminada por el resplandor de la pantalla. O tal vez fuera más bien el galio que me habían inyectado aquella mañana, para una prueba médica. Apenas empezó la película, adiviné que también yo iba a transformarme. Spiderman me cayó muy bien desde el principio. Su modestia. Su sencillez. Su curiosidad natural por lo verdaderamente importante. Pero su amiga, en cambio, me predispuso contra él. Esas poses afectadas. Sus frases vacías, cursis. ¡Qué terrible mal gusto el del superhéroe! Cuando comenzó mi metamorfosis, ya había decidido ser el duende verde.

Albert Rossell

9.7.02

De piedra

Sabía perfectamente que en aquel mundo predominaba la piedra. No había, por tanto, colchones o almohadones donde dormir, ni se trabajaba el mimbre para disponer de cómodas sillas o taburetes. Conseguir comida era difícil, por la precariedad de las herramientas agrícolas y los elevados riesgos de la caza. La medicina estaba reducida a unas pocas hierbas de escasos y dudosos resultados. Y los lujos como el agua caliente o el papel higiénico eran completamente desconocidos. Pero le agasajaron, le ofrecieron ser el rey. Y aunque el rey tenía la obligación de mantenerse célibe, aceptó la corona de piedra sin dudar.

Albert Rossell
¿Qué quieres ser de mayor?

Antoñito, por ejemplo, quería ser albañil, como su padre. Hasta se ofreció a trabajar en la casa que yo, futuro arquitecto, pensaba dibujar para mi abuela. Otros querían ser policía, bombero, futbolista; incluso algunos listos hablaban de ser jubilado, o millonario, o Franco. Pero Juan Manuel no. Sus ojos minúsculos parecían mirarnos como el faro del fin del mundo, jamás pronunciaba profesión alguna que resolviera el enigma. Decidimos que él no sería nada. Un día, al maestro le dio por preguntarnos a cada uno qué seríamos. Cuando le llegó el turno a Juan Manuel, sólo dijo: “Yo quiero ser mucho”.

Albert Rossell
Cuestión de aceras

Un día, a finales de los sesenta, mi abuela llegó a casa escandalizada. ¡Un club!, decía. ¡Aquí en el barrio! ¡Y de la acera de enfrente! Me extrañó. ¿Tanto enfado por un club? Yo también voy al Club de Ajedrez Torrenegra, aunque está en otra acera... Creí entenderla cuando leí el letrero del local: “Poupée”. ¡Qué difícil de pronunciar! ¡Claro que a la abuela no le gusta!...

Esta noche estuve por mi antiguo barrio. Mi abuela murió hace ya mucho. Nunca se acostumbró del todo al “Club Poupée”, que hoy seguía abierto, al igual que el Club de Ajedrez Torrenegra.

Albert Rossell
Strangers in the night

Era de noche y hacia frío, como no sabían a donde ir, le llevo junto al mar. Frente a una mesa ella le abrió su corazón y él le contó sus secretos. Moribunda la noche, el sol les encontró juntos y abrazados. Entonces todo se descontroló. La amistad se lanzó por una pendiente y al final, el miedo les detuvo justo al borde del abismo. Allí permanecieron, de pie. El tiempo le fue arrebatando la ilusión y la magia. Los que fueron dos trenes de mercancías corriendo hacia el choque por la misma vía, terminaron siendo extraños en la noche.

José María Puerta
Adicciones insuperables

Cierto día, meditando, cayó en la cuenta de que algunas adicciones podrían ser prácticamente insuperables. En efecto, si bien la voluntad y la disciplina permiten un blindaje suficiente contra cualquier substancia psicoactiva, o contra el sexo incluso, por contra son posibles actividades de las que casi nadie se escapa del todo, como por ejemplo respirar, dormir, comer, comunicarse, o amar, y algunas de estas actividades admiten situaciones de perjuicio grave para quien abusa de su práctica. Después de este lúcido razonamiento, Dios decidió experimentar creando un universo nuevo, con un planeta adecuado para albergar a sus cobayas. Lo llamó Tierra.
Competencia profesional

Ayer llamó a la puerta de mi casa un desconocido muy dinámico, casi nervioso, pero muy educado. Se presentó como “experto en vivir”. Me hizo rellenar un cuestionario, lo procesó con su portátil y me proporcionó una relación completa de mis datos y mis problemas. Todo estaba ahí: el trabajo, mi mujer, los niños... Al indicarle que me interesaban más las soluciones que los problemas, me explicó que esto solía tratarse en una segunda fase, y entonces dudé de su competencia. Pero en seguida recobré la confianza, pues me reclamó sus honorarios por la primera fase que acabábamos de cerrar.

Albert Rossell
Memoria operativa

Conozco perfectamente las letras del alfabeto, puedo recitar sus nombres en el orden correcto. Y lo mismo me sucede con las diecinueve preposiciones que aprendí de niño. Sin embargo, soy incapaz de recordar cuál de mis maestros me las enseñó, ni en qué curso o aula, y en cuanto al alfabeto tengo que conformarme con una imagen muy borrosa de una pelota amarilla, salpicada de letras negras, y de la presencia de mi padre, cerca de una fuente, esperando a mamá. Para colmo, me acuerdo con todo detalle de una incompetente profesora de la universidad que nunca consiguió enseñarme nada.

Albert Rossell

3.7.02

Fidelidad conyugal

Paso cada día más minutos ante el retrato de familia. Cuando nos lo hicimos quedamos todos muy bien, estábamos orgullosos. Pero aquí, sobre el televisor... Anda que las ocurrencias de mi marido (“¡Aquí, aquí, mujer, que lo vea todo el mundo!”)... No sé qué hacer. Al principio lo cambié de sitio algunas veces, a ver si no decía nada. Pero él siempre se indignaba y lo devolvía “a su lugar”. Ahora dudo. Desde que murió, hace dos años, quitarlo del televisor me parecería ruin, una traición, como matarlo definitivamente... No, no puedo aún. ¡Pero es que ahí encima queda horrible!

Albert Rossell